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Las ratas protagonizan una película de terror

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Ratas: en India hay un templo que las venera. Foto: Difusión

El documental es furor en el mundo, ahora está en Netflix.

"Soy una persona asquerosa", dijo el cineasta Morgan Spurlock en la última edición del Festival de Cine de Toronto para explicar cómo fue capaz de filmar un documental repulsivo como Rats. Es el mismo que en 2004 estrenó Super Size Me, en el que registró lo que sucedía con su cuerpo (y psiquis) comiendo tres veces al día en McDonald’s.

Ambos títulos tienen una raíz narrativa y estética grotesca, pero Rats da un paso adelante y se trasforma en una película de terror, gore e incluso con pasajes de torture-porn.

El anfitrión de este relato es Ed Sheehan, un desratizador que luce y habla como un viejo sabio y cínico, aprieta un habano entre los dientes, se sienta en medio de un sótano infectado, y sonriente asegura que el resto del mundo no entiende a las ratas. Lleva 48 años matándolas en Manhattan, un trabajo que todos rechazan pero que a él le permitió hacer una pequeña fortuna. Además se dio el gusto de gestionar su propio experimento para conocer cómo se organizan: en comunidad, con jerarquía familiar —como los humanos— y si se les quita la comida devoran a las crías apenas nacen. "Hermosos recuerdos", suelta con sadismo.

Spurlock eligió una fotografía metálica y fría y se esforzó en el agudo registro sonoro, aunque permitió unos ridículos efectos de sonido puestos en posproducción que pretenden asustar simulando ataques chillosos. La puesta de cámara suele ser inquieta y recurre más de una vez a las grúas para captar la grandeza de los espacios que son devorados por tan pequeños animales. Las escenas están sostenidas por una excelente música electrónica (similar a la de la serie The Knick) que se adecúa a las más tradicionales de los territorios que visitó el equipo de rodaje.

El diferencial que lo convierte en un buen film es la inteligente mirada que le imprimió el director. Basado en la investigación que Robert Sullivan hizo para su libro Rats, armó un perfil del "problema de la rata" y eligió pocas y sólidas aristas para evidenciar las distintas formas de amar, odiar y liquidar a este roedor. Por eso se rodó en Estados Unidos, Inglaterra, India y Camboya y se entrevistó a científicos, políticos, comerciantes, asesinos y adoradores: todas personas que dedican su vida a las ratas.

Se calcula que en Nueva York hay una rata por habitante, cada vez más gordas e impunes debido al errático sistema de recolección de basura que cada noche les da un festín. En el sur, luego del huracán Katrina, las ratas se volvieron mortales portando más de 5 millones de virus en cada pata. En Inglaterra se estudia su resistencia a los pesticidas y mutaciones genéticas para sobrevivir. Allí mismo, un grupo de apasionados por la caza entrena perros que las destrozan mientras sus dueños festejan. En Camboya un cultivador de arroz las atrapa vivas; son revendidas hasta que llegan a un restaurante en Vietnam que las ofrece como el delicioso platillo principal. En Bombay, India, unos hombres sin guantes ni zapatos reciben ocho dólares diarios por matarlas con las manos, quebrando sus huesos para evitar la sangre. En ese mismo país, en Rajastán, hay un templo (Karni Mata) en el que conviven los fieles y una comunidad de 35.000 ratas que comen de sus manos: las veneran porque creen que son sus familiares reencarnados.

Según la inteligente estructura que armó Spurlock, las ratas y los hombres intercambian posiciones de poder y crueldad, porque pueden ser salvajes o pacíficas, viles asesinas o indefensas víctimas de tortura. Rats es un retrato complejo, a la medida de uno de los animales más inteligentes que insiste en acecharnos.

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Ratas: en India hay un templo que las venera. Foto: Difusión

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