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"Si no tengo público me resignaré"

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"Quiero seguir haciendo películas aunque después me las tenga que comer". Foto: N. Pereyra

El documentalista uruguayo más longevo (Elecciones, Aparte) presentó su última obra, Columnas quebradas, en el Festival de Cine de Málaga integrando la competencia oficial de la categoría documental.

Rodada a dos manos junto a su exalumno Ignacio Guichón, reconoce que se trata de su obra más compleja. Volvió a un terreno conocido pero con el que se sentía en falta: la clase obrera. Con pocas entrevistas y una cámara atenta a los detalles y a pocos personajes, armó un retrato del obrero moderno, que puede ser multipartidista, gay, consumidor de marihuana y un tanto demagogo. El film está dedicado al fallecido productor Ronald Melzer, y se estrena este año.

—¿Cuándo empezó a filmar Columnas quebradas?

—Hace más de cuatro años, me presenté a los Fondos de fomento del Instituto de Cine y conseguí el apoyo, sospecho que gracias al jurado extranjero, que como siempre me favorece. Como dice el tango, aquí no hay escalafón: el último que llegó puede pedir lo mismo, es una falsa democracia. Tendría que haber tres niveles, le damos al novato una cifra pequeña para que se pruebe, luego otro monto para profesionales buenos y un tercero para casos como el mío, o el de Walter Tournier, que nos tienen que dar continuidad, ¿por qué tengo que concursar con la masa? Me siento humillado, a pesar de que compita con documentalistas excelentes como Aldo Garay.

—Confesó que ha dirigido desde el enojo, ¿acá también?

—Yo no soy como varios de mi entorno que opinan simplemente que el gobierno es malo; yo estoy con la izquierda y opino que han cometido muchos errores y un error fundamental que es que no han tomado en cuanta a la masa crítica. Pero con esta película yo tenía una deuda enorme.

—¿Sentía que no había hecho un registro profundo de la clase obrera?

—Bueno, era imposible porque había que elegir temas, uno adopta en nuestro cine prioridades absolutas, no podemos elegir como Herzog o como hacía Coutinho, y mi elección fue rodar el primer acto del Frente Amplio, destrozamos las finanzas de la Cinemateca del Tercer Mundo. Cuando fue el Golpe de 1973 yo ya no estaba en el país, entonces lo que me llevó a esta película son las impotencias, me estaba quedando pendiente este tema, que yo sabía que sería muy difícil porque vi muchas películas sobre la temática. Tenía que hacer una película del obrero, no del trabajador genérico, y ahí me metí en un lío porque no quería concentrarme en el sindicalismo, quería enfocarme en el trabajador y en su vida íntima.

—¿Qué problemas enfrentó?

—Filmamos en muchas fábricas en las que no había interés. Tuve mucho problema en cómo mostrar el trabajo repetitivo normal del obrero, entonces cambiamos el enfoque: fuimos al campo, a las minas. Como espectador miro detalles que quizás el espectador no los entienda, reconozco que quizás me esté divirtiendo más que el espectador y ese es un problema mío. La película tiene muchas reflexiones que el espectador tendrá que pensar por su cuenta y tal vez reciba y tal vez no. Sé que es un problema, que debería haber opinado sobre las imágenes pero a mí no me gusta la moda de la subjetivización, sino debería haber hablado de mi experiencia familiar.

—Su padre dirigía una metalúrgica, ¿llegó a ser patrón?

—Era una fábrica de máquinas pero nunca fui patrón porque no me gusta dar órdenes. Trabajé en la fábrica cuando abandoné ingeniería y quería enfocarme en la fotografía y en el cine. Qué hice: pensé que era lo que andaba peor de la fábrica, la fundición, y fui a trabajar con el capataz, y estoy muy orgulloso de que mejoré la producción en un 20%, pero eso no lo metí en la película.

—Hace tiempo que comenta que se siente cansado para realizar una película enteramente en solitario como es su estilo, ¿esta vez recibió ayuda?

—Filmé con un exalumno, Ignacio Guichón, extraordinariamente activo y organizado. Rodó el 50% del material que quedó en el corte final. Cuando uno monta no tiene que tener amor por lo que hizo, yo soy a cara de perro: corto mis cosas sin amor alguno y no me fijo quién lo filmó. Muchas veces salíamos con dos cámaras, cosa que yo odio: no se puede filmar con dos cámaras.

—¿Cuál fue la primera impresión cuando decidió salir a filmar obreros?

—Debuté con Adeom, porque pensé, son 8.000 voy ahí y voy a encontrar de todo, pero fue imposible, menos Mabel Lolo estaban todos en mi contra.

—¿Por qué?

—Tenían miedo de que yo mostrara sus conflictos.

—¿Le cerraron puertas?

—Varias. Pero decidí no usar a un solo patrón en la película.

—¿Le costó convencer a los trabajadores de dejarse filmar?

—Sí y es normal, trato de enseñarlo en clase. Cuando llega el momento, con la persona es un tema de empatía, de entendimiento. Hay métodos para acercarse, incluso me asesoro con abogados y me niego a la seducción a fondo, esa cosa de risitas. Pero noté que había veces que era mejor que se acercara el viejo experiente y otras el jovencito novato.

—¿Por qué decidió iniciar y cerrar este film con escenas de anteriores trabajos suyos de las décadas de 1960 y 1970?

—Mirá, las decisiones de montaje son muy difíciles y esta película fue la más peleada que tuve en mi vida, conmigo mismo, con amigos y con mi mujer. Ningún montaje satisfacía, Mario Jacob y Daniel Márquez me tenían lástima. Fue un proceso bestial.

—¿Qué era lo que fallaba?

—La disconformidad de unirlo todo. Me decían "hay que ir a personajes" y ya lo sabía, ya trabajé con personajes pero aquí quería personajes limitados, por eso corto sus historias; salvo dos de los obreros a los que seguí más el resto desaparece. Lo que pasa es que cuando uno destina mucho tiempo a un rodaje la vida de los personajes cambia y no podía filmarlos cambiando tanto.

—¿Por qué cambió de Obreros a Columnas quebradas?

—Ronald Melzer, el productor, era muy crítico con Obreros y no hubiera atraído a ningún público. La otra opción, Los proletarios no están de moda, tampoco, y gustó Columnas quebradas. Quiero que el público vaya y pague la entrada, que se intrigue.

—Viendo que los proletarios no están de moda, ¿cree que va a ser una película taquillera?

—Si no tengo público me resignaré. Uno piensa en otras cosas con la edad, que el que quiere recibirlo lo recibe.

—¿Está pensando en dejar de hacer cine?

—Nunca. Quiero seguir haciendo películas aunque después me las tenga que comer.

Perfil

Nombre: Mario Handler -

Nació: El 10 de noviembre de 1935 en Montevideo.

Un cineasta provocador.

A los 79 años Mario Handler sigue tan activo como siempre, sorprendido por la falta de riesgo y entusiasmo de algunos documentalistas jóvenes, y por el desinterés con el que se ha topado cada vez que pide que su obra sea restaurada antes de una inevitable destrucción. Formado en ingeniería y fotografía, causó revuelo desde que presentó en 1965 Carlos, cine retrato de un caminante. Cofundador de la Cinemateca del Tercer Mundo, registró en imágenes la historia en tiempos de crisis previos al golpe de Estado que lo llevó a un exilio en Venezuela. En 2002 estrenó la polémica Aparte, largo que analizó la aguda pobreza que invadía al país como antesala de la segunda crisis económica que le tocó vivir y filmar. Su última película fue El voto que el alma pronuncia de 2011.

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"Quiero seguir haciendo películas aunque después me las tenga que comer". Foto: N. Pereyra

Mario Handler

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