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"El Padrino", una saga trágica que desde hoy se puede ver en TNU

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Imagen de la película "El padrino". Foto: Difusión

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Las tres películas de Francis Coppola sobre la familia Corleone podrán verse en el canal oficial y es una manera de confirmar la idea de que es una de las grandes obras cinematográficas

Tomando una definición canónica o por lo menos de diccionario, tragedia es “una obra dramática de asunto serio en la que su protagonista es conducido por una pasión o una fatalidad a un destino trágico”. O sea Michael Corleone estaba condenado sin saberlo ya desde el comienzo.

Es que para toda su ambición histórica y su monumentalidad épica la saga de El Padrino no es más que la tragedia de un hombre solo. Y no hay nada más triste que eso.

Que ese hombre sea Michael Corleone, lo interprete Al Pacino, en películas dirigidas por Francis Coppola y que esa travesía esté ambientada en el atractivo mundo de la mafia italoamericana, solo aporta calado y escenario a esa premisa tan individual, tan universal, tan antigua.

Repartida en tres películas (de 1972, 1974 y 1990 y que se emiten desde hoy, una por viernes a las 22.00 en TNU), la historia de Michael Corleone está en el centro de El Padrino, la saga de Coppola que se conserva como uno de los grandes clásicos universales de la historia del cine. Cada uno le encuentra una lectura y muchas de sus líneas de diálogo o sus escenas son repetidas como esos momentos cinematográficos de la vida de uno. Tiene, ciertamente, grandes momentos.

El Padrino es muchas cosas, incluyendo la historia de un país. “Yo creo en América”, le dice Bonasera, el funebrero en la toma de zoom que abre la película y que pasa del negro absoluto a los claroscuros del submundo en que nos vamos a mover (la fotografía es de Gordon Willis, que sabe llenar de luz incluso la oscuridad). Desde ahí se abarcan 60 años en lo que funciona como la crónica de una decepción con un modelo o un orden mundial, ambos corruptos y violentos.

Y por allí debe transitar la tragedia personal representada del personaje de Pacino.

La trama es grande pero sencilla: la historia de una familia de mafiosos y el intento de sus patriarcas (el Vito Corleone de Marlon Brando, Michael) por volverse legítimos, respetados, no temidos. La película es, literalmente, la salida de una familia a un mundo exterior hostil en el que encontrarán obstáculos tan temibles y poderosos como la mafia, incluyendo la clase política y la propia Iglesia Católica. Para sobrevivir en ese cardumen de tiburones, los Corleone conducirán su negocio con crueldad y un dudoso código ético y estarán a merced de dramas familiares, muertes y una constante recurrencia en el ciclo de la violencia. Hay algo operístico en todo el asunto.

Michael es el personaje más triste del mundo. Su vida es una serie de tropiezos morales que incluyen, en pleno arranque shakesperiano haber matado su hermano, entre otras traiciones al modelo familiar que promovía su padre.

La figura paterna, así, es un estereotipo inalcanzable, un fantasma que se hace notar en las tres películas. Cerca del final de la segunda parte, por ejemplo, en un paisaje nevado que representa también su interior, Michael le pregunta a su madre cómo hubiera reaccionado su padre, explicitando el motor último de su vida.

El Padrino es, además, la nostalgia de un paraíso perdido. La primera vez que vemos a Michael es un soldado recién llegado del frente con el uniforme implacable del orgullo patriótico. A lo largo de la saga va ir perdiendo cada uno de esos valores incluyendo un matrimonio destrozado, y una sucesión de asesinatos, mentiras, engaños y robos. Aunque toda la historia está marcada por hitos religiosos (y el climax de la matanza y el bautismo de la primera, lo deja bien claro), no hay ninguno más conmovedor que la confesión final de Michael ante el futuro papa que interpreta Raf Vallone y que es una de las grandes escenas de la irregular tercera parte. Allí entendemos verdaderamente su dolor.

Coppola tenía 30 años cuando se sumó un proyecto que parecía quedarle tres talles más grandes y al que convirtió a su medida. Es la consagración del nuevo cine americano, una promoción que integraba con Scorsese, Spielberg y Lucas, por mencionar a unos pocos. Los tres Oscar de la primera, los seis de la segunda e incluso las siete nominaciones de la tercera, son, además, testimonio de su relevancia histórica.

Por las dudas conviene avisar que, 48 años después del estreno de la primera parte, sigue siendo una saga poderosa, un relato potente. Una trilogía sobre la caída de un hombre, con todo lo universal que es eso.

Y más allá de su división en tres partes, El Padrino es una sola película enorme y este reestreno en televisión abierta es una buena oportunidad para analizarla en su conjunto, confirmar viejas impresiones o aportarle nuevas lecturas. Siguen siendo clásicos del cine, emblemas generacionales y memoria afectiva de un montón grande de cinéfilos.

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