RESEÑA DE CINE

La película de suspenso con Michael Fassbender no genera el suspenso que debería

Pablo Staircco

Es normal que los escritores nórdicos de novela negra se hayan vuelto un fenómeno mundial de ventas si se considera el contexto que pueden alterar en sus historias. Al fin y al cabo, las bajas tasas de criminalidad y los días con noches largas de los países de esa región son la combinación ideal para dejar que un asesino haga de las suyas.

Es raro, sin embargo, que una película como El muñeco de nieve, que adapta una novela del best seller noruego Jo Nesbø, falle tan estrepitosamente en recrear algo del suspenso que suelen convertir a estos libros en obras de las que es difícil apartar la mirada.

Tomas Alfredson -responsable de la interesante El topo (2011) y la cautivante Criatura de la noche (2008)- dirige a Michael Fassbender como Harry Hole, un detective tan célebre como alcohólico que tiene que detener a un asesino serial con una manera especial de matar: siempre deja un muñeco de nieve en la escena del crimen.

El prólogo, que enseguida narra el pasado trágico del antagonista, revela la principal falla de la película (además de su incapacidad de hacer que dos bolas de nieve con una cara sean atemorizantes): no hay lugar alguno para la sutileza en una historia que tiene que generar misterio y temor.

El relato de El muñeco de nieve tiene un ritmo trunco, que introduce tantos sucesos que ocurren en el pasado como escenas que definen a personajes de forma bruta. Hole (un Fassbender en automático) es un chico malo porque guarda un arma al lado de un vinilo de los Sex Pistols.

Por si fuera peor, figuras no faltan. Rebecca Ferguson, Charlotte Gainsbourg, Chloë Sevigny y hasta J.K. Simmons aparecen en papeles que se suponen deberían elevar la historia más allá de su premisa criminal, pero no logran.

El muñeco de nieve es, simplemente, una película fallida.