El título en español es bastante más explícito que el original que se limita a un Phoenix que refiere a un bar donde se dispara esta historia.

Pero está claro que una vez más el alemán Christian Petzold está contando una historia de una mujer (que como en la anterior Barbara está interpretada por Nina Hoss, la intensa musa del director) que intenta renacer, salir de las cenizas de un pasado tortuoso.

Aquí Hoss es Nelly, una mujer que vuelve de un campo de concentración nazi y se reencuentra con su esposo quien no la reconoce, la cree muerta, quiere quedarse con la herencia y quizás la haya traicionado. El amor en este caso es más que ciego.

Petzold construye una obra llena de complejidades que e inspira en la tradición más clásica del cine americano. Alguien ha utilizado el adjetivo hitchcockiano, y en verdad hay algo de eso. El mismo Petzold ha hablado de referencias de Vertigo en Ave Fénix. Hay un misterio a resolver que es presentado desde un punto de vista y desde una verdad a medias. Es una película más tradicionalmente americana que alemana, eso queda clarísima en la fotografía y la puesta en escena.

El planteo estético, viniendo de tales fuentes, puede resultar un tanto anticuado para el espectador moderno pero, allá él. En todo caso, la puesta en escena está al servicio de la época que retrata: la posguerra y pare eso recurre a mucho cine de esa época. Y está el drama del Holocausto mostrado a través de una amiga que no consigue tolerar tanta injusticia tanta desgracia. La película también habla de cómo lidiar con el pasado históric. Es una línea desarrollada a medias pero importante.

El guión, eso es verdad, obliga a saltear algunas inverosimilitudes de la historia. Pero eso viene con el paquete. Porque en definitiva un melodrama noir de un director que tiene cosas para decir y sabe cómo hacerlo.

Phoenix. Origen: Alemania, 2014. Dirigida por: Chrtistian Petzold. Escrita por: Petzold y Harun Farocki sobre novela de Hubert Monteilhet. Con: Nina Hoss, Ronald Zehrfeld, Nina Kunzendorf. Estreno: 12 de marzo.

Crítica | ave fénix