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Llega una candidata al Oscar a film extranjero

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El blanco y negro es una deliberada opción adecuada al drama que cuenta el film.

Es una de las cinco candidatas al Oscar a mejor película extranjera, y probablemente una de las dos que tienen más posibilidades de ganar el premio (en realidad la segunda: hay más razones para volcarse por Leviathan de Andrei Zviagintsev como probable ganadora).

Especulaciones a un lado, Ida del cineasta polaco Pawel Pawlikowski es de todos modos un título que a priori importa, y mañana se la estrena en Montevideo. Fue la gran ganadora de los premios del Cine Europeo del año pasado (se alzó con los galardones a Mejor película, director, libreto, fotografía y del público), fue candidata a los Globo de Oro, en los que perdió ante Leviathan, y ahora compite por el Oscar. No es poca cosa.

Es posible que con Ida el cine polaco, que tiene una valiosa historia que incluye nombres como los de Munk, Kawalerowicz, Wajda, Skolimowski, Zanussi o Kieslowski, esté volviendo por sus fueros.

Pawlikowski, de 57 años, regresó a su Varsovia natal (había emigrado de joven al Reino Unido) para contar una historia que lidia con un tema que lastima algunas sensibilidades: el antisemitismo, la colaboración polaca con el régimen nazi durante el Holocausto, el autoritarismo posterior impuesto por los comunistas. La protagonista (Agata Trzebuchowska), cuyo nombre da título al film, es una novicia que es enviada, antes de pronunciar los últimos votos que la convertirán en monja, visitar a su único familiar vivo, una tía (Agata Kulesza), antigua e implacable jueza del régimen comunista que también tiene sus remordimientos de conciencia.

A esas alturas la joven novicia descubrirá algo de su pasado que ignoraba: es judía, y fue salvada por las monjas de la persecución nazi mientras el resto de la familia terminaba en un campo de exterminio. A partir de ahí enfrentará una realidad que hasta el momento no la habia tocado, y en la que hay secretos, persecuciones y venganzas. "No podemos olvidar ni borrar", sostiene Pawlikowski.

Ha podido señalarse que el uso del blanco y negro no es un capricho en el film. Como lo hacía Michael Haneke en La cinta blanca (2009), se ha dicho que esa elección estética adquiere sentido en el momento en el que la fotografía saca a relucir las virtudes de su gama cromática: un primer bloque dentro del convento, por ejemplo, proporciona imágenes de pura calidad pictórica, con juegos de sombras o espacios que oprimen a los personajes en el encuadre, y vierte referencias sobre varios maestros de la pintura, desde Vermeer a Millet.

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Otro rasgo destacado por la crítica en el estilo de Pawlikowski ha sido la inmovilidad de la cámara, lo que establecería una involuntaria relación con Whisky de Stoll y Rebella. De hecho, hay solo dos movimientos de cámara en el film, un traveling lateral, y un seguimiento frontal (en Whisky no había ninguno). "El cine es movimiento interior", solía decir el maestro Robert Bresson, quien tampoco solía mover mucho la cámara.

Sin embargo, ha podido observarse que la maestría de Pawlikowski consistiría en su habilidad para generar un dinamismo dentro del encuadre, y lograr un ritmo adecuado en su equilibrio entre los largos planos generales y las tomas más cortas que comunican otra urgencia. Ha habido también particulares elogios para sus dos actrices: el modo como Trzebuchowska encarna a la inocente y timorata Ida, ignorante del mundo real más allá de su encierro monacal, y que vive a lo largo del film un tránsito espiritual que tiene que ver con su su estirpe, pero también con los estímulos y tentaciones de la vida de afuera. Y frente a ella, Agata Kulesza constituye algo así como su contrafigura, una mujer arisca y misántropa que ahoga sus miserias en alcohol.

Se ha señalado que ambos personajes son, a primera vista, el ángel y el diablo, una pareja extraña con pasado común y presente dispar. Cada una debe encontrar su lugar en el mundo y la paz para seguir viviendo. Necesitan pasar página y vivir otra vida: una debe conocer la memoria que le fue robada, la otra descubrir si todavía hay para ella un futuro en un mundo plagado de represalias. El contrapunto entre esos dos caracteres (y la sutileza con que sus actrices lo comunican) constituye al parecer una de las grandes cartas de la película. Y la vocación por las disyuntivas morales que la película se plantea solo puede ser definida como "muy polaca".

Críticos: Una mayoría de opiniones favorables

La crítica internacional ha sido muy elogiosa con Ida. En Screendaily, Anthony Kaufman se ha referido al film en estos términos: "Con una fotografía exquisita, narra de manera muy precisa la historia de una monja joven que se va de viaje en búsqueda de la verdad personal y nacional en la Polonia de 1960". Y para A.O. Scott, de The New York Times, la película "tiene una batalla implícita entre la fe y el materialismo, que se resuelve con ingenio, convicción y generosidad de espíritu. El Sr. Pawlikowski ha hecho una de las mejores películas europeas (...) en los últimos tiempos".

En The Hollywood Reporter, Todd McCarthy la ha descrito como "una delicia para los conocedores, una obra singular en estos días, que encontrará un nicho a nivel internacional entre los que tienen gustos refinados".

Incluso le gustó también al imprevisible y a menudo arbitrario Carlos Boyero, de El País de Madrid: "No sobra ni falta un plano. Me siento hipnotizado de principio a fin. (...) Sigo pensando en Ida después de verla tres veces. (...) es cine muy bueno", asegura.

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