Publicidad

Lejos y cerca de la mano de Dios

Compartir esta noticia
Autor: con Silencio, Scorsese logra concretar un viejo proyecto. Foto: Difusión

Se estrenó la última de Martin Scorsese, una historia sobre la fe en tiempos difíciles.

La inquietud religiosa ha sido una constante en el cine de Martin Scorsese. Él mismo fue un seminarista fugaz —se decidió rapidamente por su otra verdadera vocación, el cine— y ha cargado sus películas no solo de imaginería cristiana (incluso en la espalda de Robert de Niro en Cabo de miedo), sino también de ideas como la culpa o la redención tan presentes en otras de sus obras maestras como Calles salvajes y Taxi Driver. Incluso dedicó una película a la historia cristiana por excelencia en La última tentación de Cristo, aunque cargándola de las mismas dudas que abundan en Silencio. Y también tiene una película budista, Kundun.

Ya en su primera gran película Calles salvajes (1973), Scorsese lidiaba con dos de sus preferencias personales: las historias de gangsters y el conflicto religioso de su protagonista, Harvey Keitel. Y la salvación es una parte importante de Taxi Driver, evidenciada en la toma final que funcionaba como la mirada de Dios.

Por eso, no es de extrañar que Silencio, su última película y que se estrenó en Uruguay este fin de semana, sea uno de sus proyectos más ansiados: se suponía que iba a ser una secuela de La última tentación de Cristo allá en la década de 1990 pero diversos problemas la fueron postergando.

Con un guión de Scorsese y Jay Cocks (el mismo de Pandillas de Nueva York) y basado en una novela de Shusaku Endo que ya tuvo dos versiones en cine, se relata la peripecia hacia el martirio de dos sacerdotes jesuitas portugueses, Rodrigues (Andrew Garfield, o sea El hombre araña, que acá está muy bien) y Garrupe (Adam Driver, o sea Kylo Ren, o sea el hijo de princesa Leia y Han Solo en la nueva Guerra de las galaxias). Issei Ogata, como el inquisidor, está muy bien y es parte de algunas de las grandes escenas de la película. Todo el elenco japonés es excelente.

En plan Conrad (o Apocalypse Now para ser un poquito más contemporáneos), Rodrígues y Garrupe parten en busca de un mentor (que resulta ser Liam Neeson en plan Kurtz) que se perdió en el terreno más hostil para un cura: el Japón del siglo XVII cuando el cristianismo era perseguido por una brutal inquisición oficial.

La película no esconde ningún detalle y en su camino, muestra la cara más fea de ese martirio con secuencias de torturas que revelan la brutalidad de la intolerancia y lo estrictas que pueden llegar a ser las pruebas que Dios pone a los suyos. La fotografía del mexicano Rodrigo Prieto (que aportó a la película su única nominación al Oscar) y el diseño de producción de Dante Ferreti le dan a la película una belleza angelical, aún en sus momentos más crueles. Está llena de luz y la soledad del creyente se transmite con travellings inquietantes y un sutil manejo del sonido.

Es la procesión interna de Rodrigues (la figura más crística de Scorsese, incluso más que el Dafoe de La última tentación) lo que aparece como más doloroso. Pero la fe, incluso en la obligada sumisión de la apostasía, es una condición que supera cualquier escollo. La presencia de un Judas contumaz (Yosuke Kubozuka) le suma una dimensión divina al personaje central.

Lo más violento del asunto pasa por la certeza amenazada que acosa los personajes como le pasaba a la Juana de Arco de Carl Theodore Dreyer, aquel director danés y católico que también filmó otra referencia inevitable,Ordet, su seco análisis sobre las cuestiones de la fe.

Con esas referencias, y algún apunte a Kurosawa o Tarkovski, Scorsese arma una pintura de época cuyas interrogantes son atemporales: ¿qué es ese asunto de la fe que explica la aceptación de un Dios justo, sí, pero silencioso frente a la injusticia?

"Dios escucha sus plegarias pero ¿escuchará sus gritos", se pregunta Rodrigues mientras sus feligreses sufren por su propia fe pero también por su silencio. Habla de Dios y habla de sí mismo.

Silencio lleva a Scorsese bastante lejos de esa notable comedia negra drogada que fue El lobo de Wall Street, su anterior película. Ya desde el título se avisa que lo que allá era locura y exageración, acá es meditación y minimalismo. No es una película fácil. Después de todo habla de la fe y de la ausencia de Dios, casi nada.

Con Silencio —que fue estrenada en audiencia privada en El Vaticano casi 30 años después de que la Iglesia considerara La última tentación de Cristo,"moralmente ofensiva" — Scorsese consigue una película meditativa, seria, profunda, hermosa y que interpela a tiempos como estos, tan tristemente seculares. Una obra maestra.

Un regreso con amigos a un género que conoce muy bien.

Martin Scorsese no para de trabajar. La semana pasada se supo que su nueva película The Irishman será distribuida por Netflix. Se trata de una policial de esas que le salen tan bien y que, encima, lo vuelve a unir con Robert De Niro, quien ya se anunció será rejuvenecido para el papel con efectos especiales. También están de nuevo en el equipo Joe Pesci y Harvey Keitel y por primera vez entra a la cancha Al Pacino. Con un costo de 125 millones de dólares, la película analiza el vínculo de la mafia con la desaparición del líder sindical, Jimmy Hoffa, el papel de Pacino. Lo que parece haber quedado descartada es la biopic sobre Frank Sinatra.

Silencio [*****]

Estados Unidos, 2016. Título original: Silence. Director: Martin Scorsese. Guion: Jay Cocks, Scorsese sobre novela de Shusaku Endo. Fotografía: Rodrigo Prieto. Música: Kim Allen Kluge, Kathryn Kluge. Edición: Thelma Schoonmaker. Diseño de producción: Dante Ferretti. Con: Andrew Garfield, Adam Driver, Liam Neeson, Ciarán Hinds, Issei Ogata. Duración: 159 minutos.

El eterno femenino de una imaginativa pintora
Autor: con Silencio, Scorsese logra concretar un viejo proyecto. Foto: Difusión

SILENCIOFERNÁN CISNERO

¿Encontraste un error?

Reportar

Temas relacionados

cinesilencioMartin Scorsese

Te puede interesar

Publicidad

Publicidad