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¿Cómo es "El hoyo", la película española de Netflix que es tendencia en Uruguay?

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El Hoyo

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Ganadora en los festivales de Toronto y Sitges es una película de terror que hablan de desigualdades actuales.

El Hoyo
"El hoyo", los uruguayos la están mirando

El hoyo no es un gran película. De hecho es tirando al montón pero los fenómenos del streaming no siempre se miden por su calidad. Ayer, por ejemplo, esta película española de bajo presupuesto y grandes pretensiones, se ubicaba en el Top 3 de lo más visto en Uruguay de Netflix. Lo mismo ha pasado en el resto del mundo: en España es de las más vistas del servicio.

Dirigida por el debutante Galder Gaztelu-Urrutia ha tenido una carrera exitosa y prestigiosa: ganó el premio del público en la sección de cine de terror del Festival de Toronto, se fue con cuatro premios del festival temático de Sitges (incluyendo mejor película) y se llevó una (efectos especiales) de sus tres nominaciones a los Goya; las otras eran mejor nuevo director y guion original.

Tiene cierto parecido al Snowpiercer de Bong Joon-Ho con su idea de un mundo dividido en castas con privilegiados y desclasados. Para el caso es una suerte cárcel en vertical en el que en cada piso viven dos personas que van comiendo lo que los pisos de arriba van dejando de lo que para los que están arriba era un banquete. O sea cuánto más abajo, más sobras, menos comida, más peligro.

Allí va a dar por voluntad propia acompañado de un Don Quijote de la Mancha, Goreng (Iván Massagué). Se cruzará con una serie de personajes estrambóticos y peligrosos entre los que están Trimagasi (Zorion Eguileor) e Imoguri (Antonio San Juan, la Agrado de Todo sobre mi madre) mientras va perdiendo, lentamente, la cordura. Hay toques de violencia y canibalismo, una combinación que podrá espantar a cierto público pero, por lo visto, le encanta a otros.

“Trabajamos con la simbología norte-sur, clases altas y clases bajas, ricos y pobres y, en última instancia, estamos hablando de la responsabilidad que tenemos cada uno de nosotros de los demás”, le contaba Gatzelu-Urrutia a la cadena Ser tras su exhibición en Toronto. Fue allí donde Netflix decidió comprarla.

El director, que es vasco y nació en 1974, viene de la publicidad y eso se nota. Por un lado en un tema que aunque presentado con simpleza tiene atractivos con la coyuntura. Por otro lado la puesta en escena disimula el poco presupuesto con un lujo austero que limita, además, toda la acción a un cubo monocromo.

Eso ayuda a generar una incomodidad que, es de suponer, era necesaria para contar una historia de opresión que refleja lo peor de la condición humana. Algo del gore que abunda en el último tercio se podría haber evitado.

“Es una película muy dura”, le dijo Gatzelu-Urrutia a Cineuropa. “Queremos que todas laas preguntas y observaciones permanezcan con los espectadores cuando salgan de los cines, para generar debates, debates y pensamientos, los mismos que tenemos nosotros. No queríamos hacer un folleto, predicar o intentar adoctrinar al público. Extrapolamos nuestras propias preguntas de la película. Y no queríamos juzgar u ofrecer soluciones milagrosas, porque no hay ninguna. La humildad de la película, de su idea básica y producción, se conectó con el público”.

Un final tirando a hermético (de esos que ameritan notas del tipo “El final de El hoyo explicado” que no explican nada), deja a este Quijote de la desigualdad económica con tantas preguntas como al principio.

No es una gran película pero las tendencias no precisan serlo.

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