Crítica
Se estrenó El insulto, la película libanesa nominada al Oscar
Hay películas cuyo principal mérito está en su tema. El insulto es una de ellas. No es que esté mal: su nominación al Oscar funciona como un certificado de calidad y pertinencia. Habla de un tema urgente sobre Líbano y sus intolerancias sociales pero lo hace con algunos convencionalismos, quizás necesarios para transmitir un mensaje.
Es, básicamente, un drama de tribunales, a partir de una riña urbana que deviene poco menos que un asunto de Estado. El conflicto se inicia de la manera más torpe cuando Yasser, un capataz de obra palestino (Kamel El Basha) discute con Christian Tony, un libanés cristiano (Adel Karam) sobre una nimiedad urbana y uno de ellos termina con dos costillas rotas, una demanda y un escándalo judicial seguido con apetencia de buitres por los políticos y los medios de comunicación.
Así, el insulto al que refiere el título dicho en el fragor de la discusión (un feísimo “ojalá Ariel Sharon hubiera acabado con todos ustedes”) deriva en una rivalidad encarnizada que es utilizada políticamente y que habla de otras testarudeces históricas que han asolado a la región. Cuando los de afuera no son de palo, la disputa se le escapa de los manos a sus protagonistas que terminan prisioneros de otros intereses. La película habla sobre machismos y otros obstáculos a un diálogo constructivo.
“Es una nación siempre a punto de estallar, un polvorín, que se busca muchas excusas exteriores para la inanición”, le dijo a El País español, el director Ziad Doueri. “Que si la culpa es de Israel, o de los refugiados palestinos... En realidad, formamos parte de Oriente Medio, y así somos”. El guión está escrito a medias entre Doueri que es cristiano, y Joelle Tuma, un musulmán; es la cuarta película libanesa del director, quien antes fue primer asistente de cámara de Quentin Tarantino.
Hay muchos datos de la realidad de su país. Tony está envuelto por la retórica nacionalista de Bachir Gemayel, un líder político asesinado en 1982 y cuyos discursos televisivos alimentan, en un par de escenas, el rencor mutuo de los personajes. Y la llegada de refugiados palestinos (o sea musulmanes) a un país cristiano, ha alentado varios debates nacionales. El insulto también hace mención a la masacre de Sabra y Shatila en la que murieron cientos o miles de palestinos y chiitas libaneses a manos de una milicia de extrema derecha.
La primera mitad habla de las consecuencias personales del conflicto y presenta sus argumentos de manera directa, destacando cierta solidaridad de clase entre los antagonistas que va más allá de las diferencias políticas y religiosas. Los rubros son cubiertos con solvencia y destaque; Adel Karam ganó la Copa Volpi al mejor actor en el Festival de Venecia.
Una vez planteado el tema, la segunda parte va por el convencional sendero de un drama de tribunales y eso simplifica todo el asunto, lo que es una pena. Alentados por la abogada y el fiscal (que innecesariamente son padre e hija), la película respalda todo su efecto en cierta retórica demagógica y efectista que, en definitiva le juega en contra. Y se vuelve un capítulo político de La ley el orden. Pero lo que tiene para decir pasa por otro lado.
Director: Ziad Doueiri. Guión: Ziad Doueiri y Joelle Touma. Fotografía: Tomasso Fiorilli. Música: Eric Neveux. Edición: Dominique Marcombe. Diseño de producción: Hussein Baydoun. Con: Adel Karam, Kamel El Basha, Camille Salameh, Diamand Bou Abboud. Estreno: 12 de abril.