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Una historia real para un intérprete excepcional

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Dueño de una famosa empresa cervecera, Hopkins encara a Alfred Heineken.

Es por supuesto una de las grandes figuras del teatro y el cine británico, con el añadido de la ventaja de no ser inglés. Anthony Hopkins es (como Richard Burton, Stanley Baker o Peter Greenaway), lo que, según ha dicho alguna vez uno de sus admiradores, añade a su imagen cinematográfica una dosis de sobriedad que sus colegas "ingleses", que gustarían más del efectismo y de llamar la atención, no poseen.

No en vano le gusta más la escuela americana de actuación que la británica: "No hay mejor actor que Clint Eastwood para hacer de Clint Eastwood".

Hopkins protagoniza El gran secuestro de Mr. Heineken, película dirigida por Daniel Alfredson inspirada en hechos reales y que iba a estrenarse ayer en Uruguay.

El 9 de noviembre de 1983 Freddy Heineken, dueño de la empresa cervecera que lleva su nombre, fue capturado junto a su chofer frente a su oficina en Amsterdam. Los secuestradores, que llevaban dos años planeando el golpe, habían fracasado dos veces en su intento, aunque esa vez les fue, en principio, mejor. Trasladaron a Heineken y a su empleado a una cabaña y allí los mantuvieron durante tres semanas, a la espera de un rescate de 16 millones de euros, una cifra récord para la época y que habilitó a los periodistas a catalogar el episodio como "el secuestro del siglo". El secuestro tuvo derivaciones posteriores de captura y fuga de los raptores, incluyendo el exilio de uno de ellos en Paraguay, donde fue localizado por el periodista Peter R. de Vrie, cuyo libro sobre este asunto sirvió de base para la película.

La historia había dado lugar ya a una película holandesa protagonizada por Rutger Hauer. Ahora reaparece en esta producción internacional que tiene en su elenco no solamente a Hopkins, sino también a Sam Worthington, Jim Sturgess y Ryan Kwanten encarnando a los secuestradores.

Alguien ha dicho ya que Hopkins puede resultar convincente aunque recite en la pantalla la guía telefónica, y es acaso una desgracia que mucha gente lo recuerde sobre todo por hacer de (y ganar el Oscar con) el personaje de Hannibal Lecter, que interpretó tres veces y que no requería de su talento. Es empero todo un dato que en El silencio de los inocentes el personaje aparezca poco más de 20 minutos en una película que dura dos horas, y sin embargo se lo sienta (y se lo premie) como "protagonista". Hoy Hopkins recuerda al personaje con una mezcla de cariño e ironía: "Mi madre estaba muy enferma, hospitalizada en Los Ángeles, y vi un cartel gigante en Broadway con mi rostro encarnando a Lecter. En ese momento me di cuenta de lo que significaba el personaje para mí: era él el que estaba pagando las carísimas operaciones de mi madre, el que podía salvarla, el que se ocupaba de todas mis facturas. Así que no: no me importa hablar de Lecter, porque cambió mi carrera, me dio el Oscar y, sobre todo, salvó a mi madre. Solo por eso ya merecía la pena".

Es posible que sus admiradores más exigentes prefieran a Hopkins en otros papeles. Una opción personal de quien escribe estas líneas se inclinaría probablemente por el mayordomo que interpretó en Lo que queda del día, un prodigio de detallismo y sobriedad (la represión de las emociones, la manera de moverse, la forma de sacar adelante el mentón, hasta la prolijidad para cambiar de lugar una silla) que hace de su labor para ese drama de época de James Ivory uno de los grandes trabajos actorales de todos los tiempos, a la altura del OToole de Lawrence de Arabia o el Gene Hackman de La conversación.

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Dueño de una famosa empresa cervecera, Hopkins encara a Alfred Heineken.

El gran secuestro de Mr. Heineken con Anthony HopkinsGUILLERMO ZAPIOLA

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