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“El héroe es alguien que no espera trascendencia”

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Lucrecia Martel

Entrevista

Una charla con Lucrecia Martel, cuya última película Zama se estrena hoy en Uruguay

Lucrecia Martel
Martel dirigió La ciénaga, La niña santa y La mujer sin cabeza.

A diferencia de don Diego de Zama, el funcionario de la corona española que a fines del siglo XVIII aguarda en vano su traslado de Asunción a Buenos Aires, Lucrecia Martel siente que por fin la espera terminó. El arduo camino de adaptación de la novela de Antonio Di Benedetto, iniciado en 2011 y largamente demorado por una sucesión de contratiempos (entre ellos, un problema de salud de la directora), culminó en setiembre con el estreno en Argentina de una película que ya pasó envuelta en elogios unánimes por los festivales de Venecia y de Toronto y terminó siendo la enviada al Oscar y al Goya.

—¿De qué habla Zama? ¿Cómo te gustaría que el público se acerque a tu película?

—Zama nos abre la posibilidad de pensar sobre la insatisfacción, lo que significa el fracaso. Sobre el tiempo y el misterio de la existencia. Poder identificarse con alguien que no es bueno y, no obstante, merece vivir. Eso puede generar la cualidad de perdonarse un poco el fracaso.

—Parece apostar por una épica al revés. La de los fracasados.

—Para mí, y para la mayoría, el héroe tradicional es necesariamente una mentira. Quienes se cargan al hombro las cuestiones más duras de la humanidad no van a ponerles el pecho a las balas o gritar “¡mátenme!”, como el zapallo de Mel Gibson. Para mí, el héroe es alguien que no espera trascendencia. Zama se pone al hombro el dolor de la humanidad y trata de acompañar las pequeñas gestas humanas, no las grandes. Y así tiene una sabiduría ligada al mundo de las mujeres, que estamos mucho más acostumbradas a transitar la insatisfacción y el fracaso. En cambio, para los varones, fracasar es un acto definitivo. La gran trampa del machismo es decir que el primer sacrificado es el hombre.

—A diferencia de tus películas anteriores, aquí el protagonista excluyente es un hombre.

Escena de "Zama"
Trailer de "Zama", la nueva película de Lucrecia Martel

—Muchas conversaciones sobre la película empezaron así. Pero no siento eso. La experiencia de Zama se vuelve más femenina hacia el final. No querer ser protagonista de algo, sino ponerse en otro lugar.

—Es extraordinario el modo en que mostrás cómo Zama se acerca a las mujeres. El modo en que las huele, las percibe.

—Lo hice para contraponerme a ese invento espantoso del machote, del gaucho. En el siglo de Zama, en ese mundo de marineros, la idea estereotipada de la masculinidad es absurda. No sólo allí, en cualquier siglo. Fijate Game of Thrones, esos varones varoncísimos que presenta. Quería mostrar un mundo de hombres con otros gestos para contradecir la imagen de un pasado heroico en el peor significado de esa palabra. Tomé de entrada algunas decisiones perturbadoras: que no hubiera luz de velas ni de fuego, plantear esa cosa sexual un poco más difusa, y la ausencia de cualquier signo formal ligado a la Iglesia Católica. Aquí no llegó el Vaticano organizado como está hoy. Los sacerdotes eran unos locos aventureros, igual que los demás. Las crónicas de los franciscanos y los dominicos hablan de gente que se movía por un territorio desconocido e incomprensible.

—En esa realidad es fácil acercarse a la locura o al extravío, algo que acá aparece mucho.

—Si la colonia hubiese estado en manos de Jesús y de sus apóstoles, capaz que no pasaba lo que pasó. Quedó todo en manos de un cristianismo que ya era una empresa, que proveyó a la gente de una idea de fe y de verdad decisiva para no caer en la demencia de un espacio desconocido. Si querés atravesar un espacio en el que no sabés de dónde va a venir una flecha, no te sirve la certeza de que vas a encontrar oro. Por eso quisimos hacer un esfuerzo para darle al espectador una experiencia distinta.

—Donde sería posible sentir alguna empatía por lo que le ocurre a Zama, que espera en vano el traslado y sufre porque no puede conocer a sus hijos.

—Eso también puede pasar, porque cada uno lleva su propio mundo al cine. Para mí, hay que ver una película con la misma disposición con la que íbamos de chicos al tren fantasma en una feria de provincia. Es lo más parecido a una experiencia en donde estás esperando que te sacudan. Un poco reírte a carcajadas, un poco morirte de miedo. Hay una generación muy entrenada para ver otras cosas detrás de la apariencia de una trama. Y a las personas de más de 50 que entenderán la experiencia humana de Zama me gustaría que también puedan entregarse a un lenguaje que no les va a contar la historia como quien espera una película tradicional de época.

—¿Zama demoró o postergó algunos otros proyectos tuyos?

—Entiendo que nueve años entre un estreno y otro lleve a algunos a preguntarse qué pasó en el medio. Eso es creer que alguien define su existencia por el hecho de hacer películas. No es mi caso. En estos años estuve manejando ideas y cosas que necesitaba procesar con tiempo. Zama necesitaba tiempo. La pregunta difícil sería: ¿cuál es el tiempo que necesita cada película? ¿No te parece mucho más raro que todos los rodajes duren entre cinco y diez semanas? Hay diálogos, escenas y cosas mucho más simples a las que no se llega sin experimentarlas antes de algún modo: encuadres, conceptos de sonido, ideas de color. Nada de eso se hace rápido. La fantasía es que en un año o dos un director pasa de una película a otra. Para eso habría que aceptar prejuicios acerca de cómo se hacen las cosas, lo que en definitiva te impide hacerlas como querés.

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