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Unos hermanos que se convirtieron en clásicos del cine

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LOS COEN EN TONO DE COMEDIA

En Salve César, los Coen vuelven a hacer de las suyas.

Foto: Difusión.

No importa mucho diferenciarlos. Saber cuál es Joel (el más alto y serio, el marido de Frances McDormand) o Ethan (el de pelo corto y más simpático, el que también es escritor) no aporta mucho: desde hace 32 años y 19 películas los hermanos Coen vienen filmando como si fueran uno solo.

Desde aquel comienzo tan prometedor que fue Simplemente sangre hasta Salve César, que se estrenó este jueves en Uruguay, han construido una sólida y prestigiosa carrera. Lo hicieron además, consiguiendo cuatro Oscar, certificado de su estatura de clásicos.

Han sabido pasearse por muchos géneros, una amplitud en la que muestra la solvencia de los viejos directores. Como en todas sus películas, todos esos personajes parecen vivir en un universo pararelo, con reglas propias y en las que no importan las convenciones. Todo el mundo está un poco loco en las películas de los Coen.

Ese universo lo han trasladado a grandes dramas policiales (Simplemente sangre, De paseo con la muerte, No hay lugar para los débiles, Fargo) y existenciales (Barton Fink, El hombre que nunca estuvo, Balada del hombre común, una de sus menos vistas y que figura entre sus mejores), westerns (Temple de acero) y una serie de comedias entre las que están algunas de sus películas menos elogiadas (¿Dónde estás hermano?, El amor cuesta caro, El quinteto de la muerte) y de sus más celebradas (Educando a Arizona, El gran salto, El gran Lebowski, Quémese despúes de leerse). Salve César está más cerca de esta última categoría.

Se trata de una nueva visita de los Coen al Hollywood histórico, 25 años después de Barton Fink, un retrato entre cariñoso y feroz sobre la industria del cine de la década de 1930 (aunque eso no era lo más importante del guión). Ahora la mirada es más simpática y funciona como homenaje a una era lejana, más creativa pero igual de insana de Hollywood.

La historia es pura locura y para acentuar esa idea, la película está armada como un collage de situaciones y gags. Casi todos funcionan. Y además está la fotografía de Roger Deakins que sabe aprovechar todo.

En el centro de todo está Eddie Mannix (Josh Brolin, habitual de los Coen y que está muy bien), el ejecutivo de un gran estudio que se la pasa solucionando problemas. El principal ahora es el secuestro de Baird Whitlock (George Clooney, simpático como siempre con los Coen y vestido de romano) por una organización de guionistas comunistas (¡y por Herbert Marcuse!) liderados por una estrella tipo Gene Kelly (Channing Tatum) que, eso sí, se reúnen en un chalet de Malibú donde intentan adoctrinar, y lo consiguen, a la estrella. Todo es un gran disparate.

Mannix, además, lidia con un par de problemas menores como el capricho de una estrella (Scarlett Johansson) a lo Esther Williams, el vínculo de un director elegante (Ralph Fiennes) y la inventada estrella de su nueva película (Alden Ehrenreich) y dos periodistas gemelas (Tilda Swinton) que andan atrás de chismes de la farándula y son muy suceptibles.

Todas esas subtramas, en realidad, sirven como excusa para que los Coen desplieguen su amor por el Hollywood clásico. Así Salve César tiene escenas tomadas de musicales a lo Stanley Donen (el doble sentido de un Tatum haciendo tap es muy divertidos), westerns, dramas elegantes, en un catálogo de guiños y referencias que están muy bien ejecutadas. Son unos grandes directores.

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