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Guerra en la que todos somos daño colateral

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Ethan Hawke confinado a una guerra muy parecida a un video juego.

Es interesante cómo Andrew Niccol sigue viviendo del prestigio que le dieron sus primeras películas: Gattaca, que escribió y dirigió y El show de Truman que solo escribió.

Ha seguido trabajando gracias a ese halo de creador inquieto y vinculado a proyectos que, muchas veces, estarían hablando de cosas serias. No quedan dudas que El show de Truman es un guión genial pero convendría, la verdad, volver a ver Gattaca a ver si sobrevivió solo como "el sabor del mes" o si verdaderamente es, como se creyó en su tiempo, una película original e interesante.

Igual, Niccol no es del montón. Su cine intenta iluminar algunas peculiaridades sociales y políticas de este tiempo, en algunos casos provocadas por la tecnología. Pero incluso en la que sería su mejor película, El señor de la guerra con Nicolas Cage, se queda algo corto con sus argumentos narrativos y discursivos. En su filmografía hay cosas bastante menores como El precio del mañana y Simone, por culpa de falta y exceso de pretensiones, respectivamente.

Máxima precisión es de sus películas buenas. Habla de un tema actual, lo humaniza y, aunque su mensaje es confuso, da evidencia de las condiciones en las que se hace la guerra moderna.

Está todo centrado en el mayor Thomas Egan (Ethan Hawke en su tercera película con Niccol), un expiloto al que bajaron del avión y ahora bombardea desiertos en Medio Oriente con drones desde un container en otro desierto, el que rodea a Las Vegas.

A Egan, eso no le pega bien y ansía volver a la verdadera acción y no matar a 11.000 kilómetros de distancia. En tanto, se dedica a tomar alcohol y a hacer bastante poco por salvar un matrimonio que se va a pique. Es entendible porque su empleo es una reverenda porquería: se lo obliga a combatir en una guerra poco clara, sin la adrenalina del combate y en la que matar inocentes es parte de la rutina laboral. Sale de asesinar en horario de oficina y tiene que encarar una vida en la que no sabe muy bien cómo se metió. A Hawke se lo ve comprometido con esa frialdad que mal disimula el fracturado mundo interior de Egan.

La guerra siempre fue un asunto feo pero, dice Niccol, hoy es un videogame en el que protocolarmente se ejecutan acciones basándose en suposiciones. No hay lugar para dilemas morales cuando se ordena disparar a pesar de que, como dice un personaje, lo que hacen se parece demasiado a crímenes de guerra.

Aunque el frente (esa área que abarca cualquier punto de una zona conflictiva desde hace miles de años) solo es visto a través de los ojos de un drone, a Niccol le interesa el choque de dos mundos. Una cruz en un par de escenas, deja claro que, en definitiva, en lo que se está es en una guerra santa. Las cuestiones de geopolítica son repasadas sin profundizar mucho, más allá de un par de comentarios de personajes secundarios.

Otros apuntes hacen ver que en realidad estamos a merced del mismo tipo de mezquindad bélica. Sin prisa, pero sin pausa, la película va vinculando las imágenes satelitales de Afganistán con tomas aéreas de Las Vegas. La escena final deja bien claro que hay una guerra ahí afuera y que capaz que conviene ser paranoico.

Niccol muestra la injusticia de un enfrentamiento desigual, sí, y cómo los drones han cambiado el formato de la guerra. Pero le interesa más el personaje principal, una versión adulta y agobiada del Tom Cruise de Top Gun. La película lo muestra como un héroe conflictuado y bien estadounidense (se mueve en un Mustang) en busca de su propia redención. No lo juzga; el tipo ya tiene bastante.

Lo que queda claro es que cuando la guerra transcurre en una pantalla y se basa en patrones de conducta que habilitan ataques preventivos, todos somos daños colaterales. Todos podemos ser esos puntos en la mira de 32 pulgadas de un francotirador presionado por sus propios problemas personales haciendo puntería del otro lado del mundo. Transmitir esa sensación es de lo mejor que tiene Máxima precisión.

Máxima Precisión [***]

Estados Unidos, 2014. Título original: Good Kill. Escrita y dirigida por Andrew Niccol. Fotografía: Amir Mokri. Música: Christophe Beck. Con: Ethan Hawke, January Jones, Zoë Kravitz, Jake Abel, Bruce Greenwood. Duración: 102 minutos. Estreno: 22 de octubre.

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