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Federico Luppi, un actor con presencia y opiniones

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Federico Luppi

SEMBLANZA

El actor argentino falleció a sus 81 años y dejó detrás una carrera importante en el cine con grandes roles.

Entrevisté solo una vez a Federico Luppi. Fue en la segunda mitad de la década de 1990 y tirando a fines de año porque tengo presente mi porte empapado de sudor después de una carrera de 15 cuadras hasta un Hotel Columbia que nunca me pareció tan a trasmano.

Tengo más presente aun la cara de Luppi que pasó de la extrañeza a la curiosidad, de ahí a la incredulidad hasta terminar en una saludable indiferencia ante lo que le habría pasado a ese periodista que se le apersonaba así de imprevisto, mojado y sin aliento. Podría haber sido el final de una película clásica si los personajes y las circunstancias fueran otras.

Federico Luppi Foto: Archivo El País
Federico Luppi en el cine

Pasada esa primera impresión, Luppi resultó tan serio como uno lo suponía conociendo a Pedro Bengoa, su sindicalista en Tiempo de revancha que era capaz de cortarse, literalmente, la lengua para no traicionar sus principios. Esa clase de personaje lo mantendría —con más o menos intensidad, testarudez y maldad— en una filmografía que rondó la centena de películas.

Porque Luppi, además de actor, era muchas veces una presencia que excedía guiones y directores.

Eso quedó clarísimo en su última película estrenada en Uruguay, Nieve negra, en la que esa presencia parecía intacta aunque físicamente deteriorada. Hacía un papel secundario como el administrador con agenda propia de una sucesión entre dos hermanos por un terreno nevado, tan desolado como el interior de esos dos parientes cercanísimos que parecían lejanos.

Ahora, cuando se sabe que murió ayer a los 81 años, parece una premonición que la última vez que lo hayamos visto compartiera elenco con dos actores de las generaciones que lo siguieron en esa larga tradición del gran actor argentino: Ricardo Darín y Leonardo Sbaraglia. Fue darle el testimonio para que sigan ellos.

REPASO

Vida y cine

Un testimonio que él había recibido hacia la década de 1960 cuando tras un pasaje por el teatro debutó en el cine en, probablemente, en una de tres o cuatro obras maestras de Leonardo Favio y una de las películas de título más extenso de la historia: Este es el romance del Aniceto y la Francisca, de cómo quedó trunco, comenzó la tristeza y unas pocas cosas más..., más conocida con el apócope de El Romance de Aniceto y la Francisco. Él era Aniceto.

Desde entonces no paró de trabajar y se integró a esa generación que alguna vez se mencionó como Clan Stivel, en referencia a David Stivel, productor argentino con programas como Cosa juzgada, un hito de la televisión vecina. En ese equipo figuraban también Norma Aleandro, Bárbara Mujica, Marilina Ross, Carlos Carella, Juan Carlos Gené y Emilio Alfaro.

Aunque siguió vinculado al teatro, Luppi avanzó hacia el cine con una carrera que la dictadura argentina también afincó en Madrid, y en donde fundó (junto con Héctor Alterio) un prestigio del actor argentino que impulsaría, justamente, a Darín y Sbaraglia.

Así construyó una trayectoria transoceánica con películas que se volvieron clásicos: la de Favio; Crónica de una señora; Patagonia rebelde; Tiempo de revancha, Últimos días de la víctima, Plata dulce, No habrá más penas ni olvido, Un lugar en el mundo, Caballos salvajes, Sol de otoño, Martín Hache, Hombres armados (una de sus pocas apariciones en el cine estadounidense aunque para el director independiente John Sayles) y El laberinto del fauno. Impresiona.

Aunque, como queda claro, en esa lista, trabajó para grandes directores, seguramente la parte más conocida de su carrera es la que lo tuvo al servicio de Adolfo Aristarain. En lo que parecía más una asociación creativa que un vínculo entre director y actor, filmaron juntos Tiempo de revancha, Ultimos días de la víctima, Un lugar en el mundo, La ley de la frontera, Martín Hache y Lugares comunes, que de alguna manera sellaron la figura de Luppi, aunque también limitaron su rango actoral. Son personajes complejos que terminan aceptando su condición tras una serie de pruebas en general difíciles de superar.

Son películas que marcan además el retorno de Argentina a la democracia. Luppi, uno de los rostros de ese resurgir democrático, fue un hombre político que no escondió tanto su acérrimo rechazo a la dictadura, como su adhesión al modelo propuesto por la familia Kirchner. Para expresar opiniones, no era de los que hacen prudente silencio.

Eso, sumado al tipo de papel en los que acotó su carrera, marcó, de alguna manera, a su personaje artístico y público: el actor terminó siendo, o quizás siempre fue, ese señor gruñón, algo caprichoso, pasional y con tendencia a expresar todo eso en entrevistas, declaraciones y peñas. Eso, y alguna instancia personal y judicial bastante fea, también atentaron contra la cierta unanimidad popular que generó el primer tramo de su carrera. No era un hombre fácil.

Pero a pesar de esos detalles (importantes y decepcionantes, seguro, pero acá se trata de una apreciación artística), Luppi será siempre uno de los grandes nombres del cine iberoamericano. Lo dejó claro en tantas películas que hoy lo hacen ser reverenciado, más allá de ese porte malhumorado e intransigente que pareció robar de tantos de sus personajes.

MÁS ESCENARIOS

Figura teatral en dos lados del río

Intermitente pero constante, la presencia de Luppi en los escenarios montevideanos forjó una relación muy directa entre el notable actor y el público uruguayo. Décadas atrás, uno de sus éxitos montevideanos fue El gran deschave, que había estrenado en 1975 en el Teatro Regina de Buenos Aires, y luego trajo al Teatro Stella.

En la década de 1990, El vestidor volvió a traer a Luppi a Montevideo, esa vez al Solís, junto a otro actor que luego ganaría notoriedad: Julio Chávez. Más acá en el tiempo, con Por tu padre, del brasileño Dib Carneiro Neto, el público local volvió a aplaudir al consagrado actor, esa vez en el Stella, en un mano a mano con el actor Adrián Navarro. Como ocurrió con Cipe Lincovsky o Daniel Rabinovich, por nombrar un par de los más aplaudidos, Luppi es otro argentino que se va a extrañar de los dos lados del Plata.

SALUD

Un golpe que terminó con una carrera aún en activo

Federico Luppi murió en la madrugada de ayer en la Fundación Favaloro, donde estaba internado desde hace unos días a la espera de poder ser trasladado para iniciar un proceso de rehabilitación. En los últimos meses, el actor de 81 años estuvo luchando con varios problemas de salud, derivados de un fuerte golpe en la cabeza que sufrió en abril. El actor se encontraba en plena actividad laboral cuando una caída en abril pasado en su casa lo cambió todo. La contusión le produjo un coágulo cerebral, lo que complicó aún más su salud, dado que ya había sido internado en marzo por una retención de líquido severa. Estaba por iniciar una gira teatral con Las últimas lunas dirigida por su compañera Susana Hornos, una obra sobre la vejez.

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