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El encanto fantástico de "La forma del agua"

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la forma del agua

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La nueva película de Guillermo Del Toro hace que el director se supere una vez como narrador

la forma del agua
"La forma del agua"

Dichosa la creatividad de Guillermo Del Toro, un director de un amor inagotable por la fantasía que ha sido recibido de brazos abiertos por Hollywood. El mexicano ya tiene una carrera establecida y sigue pavimentando su camino a convertirse en un cineasta mayúsculo.

Su nueva película, La forma del agua, es una de las mejores obras de Del Toro a la fecha, a la altura de su película más célebre, El laberinto del Fauno. La forma del agua es la pieza más elegante de un artesano cuya comodidad como narrador se nota, cada vez más, en cada proyecto en el que el director decide sumergirse.

La forma del agua -nominada a 13 premios Oscar- es una historia de amor. No solo entre una mujer y un monstruo, sino también entre Del Toro y su devoción hacia otras disciplinas artísticas que lo fueron nutriendo con los años. El cine en blanco y negro, las grandes producciones bíblicas, los musicales y las bandas sonoras de los romances europeos son parte de la receta artística de la película.

Al frente de la fantasía hay una mujer: Elisa Esposito, una limpiadora muda interpretada con gracia, picardía y un encanto inagotable por la actriz inglesa Sally Hawkins.

Elisa trabaja en una agencia gubernamental de alta seguridad. Ahí tienen lugar extraños sucesos, pero ella no debe prestar atención. Elisa parece feliz en su vida y en su trabajo, pero se siente incompleta. No solo por que le falta una voz, sino también alguien con quien compartir su vida.

La forma del agua sucede en la década de 1960 en un lugar de Estados Unidos. El marco histórico de la Guerra Fría permite que Del Toro inyecte su atípico romance con una dosis alta de paranoia. No solo en el gobierno estadounidense, en constante alerta ante la amenaza de los rusos, sino también en el pueblo.

Las personas de la película viven dentro de una época acentuada por la iconografía del bienestar clásico y el sueño americano de los cincuenta. Con los sesenta en pleno desarrollo, sin embargo, un cambio se avecina, y los aspectos más oscuros de esa sociedad comienzan a aflorar lentamente. El racismo, la homofobia y la lucha de clases son temáticas que el director decide afrontar en su relato, dejando entrever los errores de un revoque mal hecho.

El miedo, entonces, es la otra fuerza que hace empujar a La forma del agua, además del amor. El miedo a lo desconocido, a la derrota y sobre todo, a la soledad.

La forma del agua
Tráiler de "La forma del agua"

Como en gran parte del cine del Del Toro, la chispa emocional de la película no la prende un humano, sino un ser monstruoso. El actor Doug Jones le da vida al monstruo de La forma del agua, un ser anfibio y marítimo calificado solo como “el activo” por el personal militar que lo atrapa contra su voluntad, en la agencia gubernamental en la que trabaja Elisa.

Quitarle el habla a su personaje principal, es una de las decisiones más interesantes de la película. La mudez de Elisa no solo permite que Hawkins haga de su cuerpo y expresiones faciales una paleta colorida de sentimientos, sino que también provee de varios momentos de comedia y drama en contraposición con otros personajes. Octavia Spencer, quien encarna a una limpiadora confidente de Elisa, rellena los silencios con monólogos muy graciosos. En su rol antagónico como el nuevo jefe de seguridad de la agencia, Michael Shannon recibe de Elisa y en lenguaje de señas, uno de las mejores insultos del cine en años.

La imposibilidad física de hablar de ella también la iguala con el monstruo, que se convertirá en el objeto de mayor atención de Elisa, capaz de cambiar incluso una estricta rutina diaria en la que se prepara el desayuno, se masturba en la bañera, saluda a su vecino y amigo -Giles, un pintor homosexual desempleado interpretado por el invaluable Richard Jenkins- y se toma el mismo ómnibus para trabajar en la mañana y volver en la noche.

El monstruo no habla pero, como Elisa, puede comunicarse de otras formas. La música y los gestos con los brazos y manos son más que útiles para ayudar a incrementar una atracción que, por menos humana que sea, Del Toro busca convertir en algo que el público sienta como genuino.

Esa seducción es fundamentada al presentar a Elisa como una mujer que se considera “imperfecta” por su falta de voz. Puede resultar un poco pesimista esa visión de alguien con discapacidad, pero la idea parece haber querido ser utilizada para acercar a Elisa al objeto de su amor y no distanciarla, accidentalmente, de los espectadores.

Por más fantástico que sea el romance, Del Toro tampoco tiene tapujos en hacer de La forma del agua una película sumamente sexual, incluyendo escenas que muestran a Elisa dándose placer o en su primer encuentro sexual con el monstruo, que involucra una entretenida inundación de un apartamento.

Visualmente, bastan unos segundos para que una secuencia inicial onírica -ambientada con la excelente banda sonora de Alexandre Desplat (que parece desprenderse de Amélie)- para darse cuenta del soberbio diseño de producción detrás de La forma del agua. Así como en El laberinto del Fauno, las dos películas de Hellboy y La cumbre escarlata, Del Toro sabe ubicar mejor la cámara cuando sus sueños son construidos con materiales físicos y no digitales.

En esos lugares, los monstruos del director son temibles y entrañables. A través de ellos, el cineasta dialoga sobre la vida, el sexo y la empatía. Esos elementos convergen en la película de Del Toro, una propuesta encantadora que tiene una enseñanza tan repetida como necesaria: el amor es todo lo que se necesita, no importa de que forma.

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