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Los desafíos de un actor

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Leonardo Sbaraglia. Foto: Jorge Alvarino

El jueves se estrena Nieve negra, su nueva película.

Nieve negra, la película que tiene a Leonardo Sbaraglia como uno de los protagonistas y en la que vuelve a compartir elenco con Ricardo Darín después de Relatos salvajes (donde no compartían escena: uno era un conductor desaforado en la ruta; el otro el "Bombita" en pleno día de furia) es todo un desafío para un actor.

Sbaraglia interpeta a Marcos quien debe volver al paraje de su infancia, un nevado y aislado punto del sur argentino (que se filmó en Andorra). Allí va con su esposa (la española Laia Costa) a enfrentar por lo visto a todos sus demonios personificados por su hermano Salvador (un Darín desprolijo y muy intenso). En esa familia hay un montón de cuestiones para resolver que no se arreglan en un par de sesiones de terapia. Unos flashbacks van marcando el ritmo de la película y dando pistas sobre lo que puede haber pasado para que todos estén así. Los paisajes son tan desolados como los personajes.

En 2007, Martín Hodara codirigió con Ricardo Darín, La señal, un policial ambientado en tiempos del primer Perón y antes trabajaron juntos (Hodara como asistente de dirección) con Fabián Bielinsky en Nueve Reinas y El aura, una película de la que acá hay cierto ambiente en el aire. Hodara maneja visualmente y con un buen uso del sonido, una película que se va armando a partir de la tensión de lo que no se dice, lo que se quiere olvidar o de lo que no se sabe.

Nieve negra, que se estrena este jueves 26 en Uruguay, es un buen ejemplo de un cine argentino (en coproducción con España) capaz de lidiar con temas complejos y hacerlos cinematográficamente entretenidos. La película es un thriller muy interesante.

Sobre cómo fue la experiencia de filmarla, de su método actoral y de cómo Uruguay le perfeccionó el arte de tomar mate, Sbaraglia habló con El País.

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—Está estrenando película. ¿Cómo es ese momento para un actor de su experiencia?

—Y es un momento de nervios porque presentás la película frente a un montón de gente, entre ellos amigos, familia, gente que uno respeta y que está pendiente de lo que les suceda. Y ver cómo la película llega al espectador siempre es un momento de expectativa y nervio. Igual tenemos una película muy sólida, te puede gustar más o menos pero está llena de cosas valiosísimas: su factura, los actores que tiene, el guión. Está llena de cosas que están bien. De ahí a que funcione o no con el público ya es una arbitrariedad que no depende de uno. El trabajo es resolver lo mejor posible lo que haya que resolver actoralmente. Ahí está el asunto.

Su personaje es fuerte. Es como el "otro yo de Sbaraglia". ¿Fue eso lo que lo llevó a aceptarlo?

—La verdad es que hace cuatro o cinco años que estamos en este proyecto. Me lo ofreció Martín (Hodara, el director), leí el guión, ya estaba involucrado Rircado (Darín) y me pareció que era precioso por todas partes.

—Pero era un personaje de los complicados...

—El personaje me resultaba muy difícil de contarlo porque tenía todas esas capas para contarlo y que al espectador no se lo puede develar desde el comienzo. Al mismo tiempo cómo ir haciendo verósimil eso y que el espectador en una segunda lectura pueda verlo en cada momento coherente con lo que el personaje es. Era complicado, sí, pero todos los personajes lo son. Algunos pueden ser más claros o más transparentes pero este no era el caso. Entre todos fuimos encontrando una manera muy elegante y precisa de ir contando cada escena. Esta película tuvo una característica distinta y que no me había pasado mucho: trabajamos verdaderamente en equipo con Laia Costa, la actriz, con Ricardo, con Martín, desde que empezamos a leer y a ensayar las escenas fuimos tratando de encontrar la película en cada escena. Pero no se termina de concretar hasta que la haces, y ahí no sabés si encontraste el mejor camino o no; es apenas un camino posible.

Es una película casi de cámara.

—Y realmente lo que recalco es eso, la capacidad entre los cuatro es haber encontrado lo mejor para cada escena y para cada personaje.

—¿Cómo construiste el personaje desde el secreto? Es una película llena de secretos pero el tuyo es el más pesado.

—No hay un camino solo, hay que buscarlo. La manera fue tratar de entender todas las direcciones del personaje y entender que él de alguna manera tiene sus propias justificaciones, como que fue encontrando su propia anestesia sobre lo que le sucedió. Y también pasaron muchísimos años y es como si fuera una parte de su vida que quedó enterrada en el pasado. Al personaje se le tenía que ver como algo escondido todo el tiempo, sin saber si era una cuestión personal, de interés o de cómo saber resolverlo. Todas esas cosas también están presentes en el personaje.

—¿Cómo fue la experiencia del rodaje?

—Toda la parte en la nieve se hizo en Andorra en cuatro semanas y es el marco escenogáfico más importante: inhóspito, aislado. La íbamos a hacer en Usuahia pero por cuestiones de financiamiento la hicimos a través de Andorra. Pasamos muchísimo frío pero eso nos vino bien para contar esa cosa medio de incomodidad de los personajes, esa cosa ajena. Después tuvimos que reproducir eso emocional y climáticamente en el estudio en Buenos Aires donde estuvimos otras tres semanas trabajando en las escenas interiores. Y todas esas escenas tienen un corte a cosas que habíamos filmado un mes atrás en Andorra: abrir una puerta en un estudio en Buenos Aires y salir a Andorra, fue una dificultad añadida. Fue un lindo rodaje.

—Los tres tienen personajes fuertes. ¿Se los sacan de arriba enseguida al terminar un día de rodaje?

—Sí. Lo que sucede es que actoralmente una vez que establecés una dirección en el personaje apostás a eso y ahí vas. Las primeras semanas, aunque uno haya ensayado o lo haya pensado mucho, no sabés bien para dónde vas. Se entra en el personaje lentamente apostando al centro del arco y a medida que lo vas entendiendo mejor arriesgás mucho más, buscas extremos y direcciones que por ahí ya entendiste de qué va el personaje. Pero enseguida nos fuimos sintiendo muy contenidos entre los cuatro. Hay personajes que de pronto vos los empezás a tener como adentro y ni siquiera te das cuenta. Estás siete semanas haciéndolo y tocando unas teclas que tienen que ver con tu personaje que se termina metiendo en vos y empezás a tener como una relación con él, un diálogo entre uno, Leo, y ese personaje. Es como un amigo y al final se termina aprendiendo algo de esa relación.

—Aunque sea un amigo jodido como el personaje de Nieve negra.

—Exacto. Hasta de los amigos jodidos, se aprende. Incluso de uno mismo.

—En los últimos años ha estado muy vinculado con Uruguay con largas estadías por motivos laborales. ¿Se extraña algo de Uruguay cuando uno se va después de un tiempo?

—Muchas cosas. Un estar, un modo de cambiar la frecuencia. Tiene que ver con un clima y una frecuencia diferente a la argentina. En muchos aspectos estamos tan cerca pero somos como opuestos que se tocan. Por otro lado, tenés la perspectiva de la propia Argentina desde otro lugar. Las veces que he estado trabajando ahí —varias y por mucho tiempo—, siempre he sido muy feliz. Me he reencontrado conmigo mismo y la posibilidad de disfrutar de esa rambla maravillosa, de poder andar en bici, de poder tener ese oxígeno constante que se extraña en Buenos Aires, el afecto de muchos amigos que tengo ahí. Y el entusiasmo y la capacidad de todos los trabajadores del medio audiovisual que cada vez que entra un proyecto y la posibilidad de hacer algo diferente lo toman con un entusiasmo demoledor. Eso te da mucha emoción y te resignifica la profesión.

—El año pasado estuvo haciendo teatro en Uruguay.

—Hicimos El territorio del poder con dos funciones llenas. Seguramente en agosto, septiembre vamos a ir por ahí de nuevo.

—¿Se llevó alguna costumbre de acá?

—El mate, la manera de cebarlo, la yerba...

—Aprendió a hacerlo como corresponde...

—(se ríe) Aprendí cómo se hace verdaderamente. Por lo pronto te dura mucho más el mate y la yerba cebando bien y además es muy rica. En ese sentido, me traje el kit completo.

La generación golden rocket al poder.

La generación de Leonardo Sbaraglia, quien nació en 1970, es la de las comedias juveniles de fines de la década de 1980 y comienzos de la siguiente. Sbaraglia, que comenzó en Clave de sol, una comedia juvenil, probablemente sea el actor más importante de esa promoción que es la que hoy aporta más al espectáculo argentino.

Entre los egresados de ese liceo de la actuación que fueron Pelito, Montaña rusa o La banda del Golden Rocket —como cumple 25 años, su autor Jorge Maestro fantasea con hacer una remake— surgieron uno de los ejecutivos de la televisión más importantes que es además una taquillera presencia en el cine (Adrián Suar), un cantante de alcance continental (Diego Torres), un par de conductores con estilo propio y convocante (Julián Weich, Guido Kaszca), actores respetados (Nancy Duplá, Pablo Rago, Fernán Mirás, Cecilia Dopazo, Viviana Saccone, Gastón Pauls, Fabián Vena, Germán Palacios, varios más).

Todos han hecho una transición elogiada hacia la adultez desde ser un ídolo juvenil, un camino que no debe ser sencillo. Sbaraglia, además, ha conseguido estar vinculado a propuestas interesantes de cine (tanto en España como en Argentina) y en la televisión con un prontuario que sigue sumando con su participaciones en producciones panregionales como la serie de fantasía El hipnotizador, que se filma en Uruguay y produce HBO.

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Leonardo Sbaraglia. Foto: Jorge Alvarino

SBARAGLIAFERNÁN CISNERO

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