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Crónica de un engaño familiar

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Miguel, el protagonista de este documental, parece ser un hombre todo poderoso. Es pequeño pero fuerte y con las mismas manos que encrema para cuidar su piel, construye y destruye una casa y otra.

Miguel es uno de los obreros que trabaja en la edificación de la cárcel de Rivera, la más grande del país, pero fuera del horario laboral también tira postes y levanta paredes.

De ese empecinamiento por hacer muros surgen construcciones que cambian los paisajes y eso lo emociona: "Es lindo cuando llegás y era campo y uno se va dejando una ciudad", dice en la única escena del film en la que se dirige a la cámara.

Lo extraordinario de este trabajo —que puede parecernos el más ordinario del mundo— le interesó a la directora Ana Tipa, que registró con esmero partes del proceso, armando una coreografía casi hipnótica, en la que el portland se mezcla con arena y se le echa agua, se revuelve con una pala, se coloca entre bloques y se alisa con una espátula: así se levanta una pared.

La metáfora de este relato indica que esas paredes no son solo material sino una muestra de amor y compromiso de un esposo y padre culpable por mantener a dos familias, una de ellas oculta a la otra. Al mismo tiempo que construye una cárcel, Miguel levanta habitaciones en cada una de sus hogares, como si protegiera un nido que está por abandonar.

Eso, el arte de construir, por un lado. Por el otro, la capacidad de la destrucción. Con el insoportable peso de su conciencia, él está en el medio de ambas habilidades. Y sufre, pero como sucede con los personajes rústicos, no tiene tiempo para reflexiones en voz alta, por eso la mirada atenta de la cámara es el único testigo de su verdad. Y así se logran escenas de tensión, casi de reality show, que le dan al espectador un rol de cómplice.

El montaje parece tener la forma de Miguel, rudo y tajante pero lleno de ternura. Es por esto que la película podría verse como la crónica de un desengaño o como el perfil de un hombre infiel.

La puesta de cámara es como un guiño, porque los personajes, ante la ausencia de diálogo con la realizadora, mediante sonrisas de reojo y sus nervios al intentar evitar el lente, dejan constancia de su presencia, como un amigo que escucha en silencio.

Preso

Funciones: Sala B Auditorio Nelly Goitiño.

Uruguay, 2017. Dirección, guión y producción: Ana Tipa. Cámara y fotografía: Miguel Bendahan. Sonido: Álvaro Riet, Pablo Tierno y Gabriel Maruri. Música: Diego Ulises Cano y Juan Ignacio Espinosa. Montaje: Daniel Márquez y Alejandro Carrillo Penov. Género: Documental. Duración: 91 minutos.

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