Estreno

Fernán Cisnero

Frances, el personaje de Chloë Grace Moretz en La viuda, debería haberse dado cuenta que, cualquier personaje interpretado por Isabelle Huppert nunca es como parece. Aquí es la Greta del título original, una mujer que, después de “olvidarse” de su cartera en un metro, entabla una relación con la buena muchacha que fue a su casa a devolverla.

Las dos mujeres andan necesitando, respectivamente, una madre y una hija, y la cosa podría funcionar divino si no fuera porque la señora tiene la cara de Huppert. A partir de eso, esta nueva película de Neil Jordan construye una historia de suspenso atrapante aunque tiende a apresurarse hacia la resolución en el último cuarto.

Jordan es uno de los grandes directores británicos de la promoción surgida a mediados de la década de 1980. Junto con Stephen Frears, su otro cogeneracional ilustre, construyó una carrera que ha sabido ser inquieta incluso en terrenos poco dados a la inquietud como el cine de Hollywood. Ganó un Oscar por el guion de El juego de las lágrimas, lo que lo habilitó para películas tan diversas como Entrevista con el vampiro con Tom Cruise, la patriótica (Jordan es irlandés) Michael Collins y una adaptación de Graham Greene, El ocaso de un amor. Siempre ha sido un director correcto que apuesta a la independencia.

En La viuda va por el cine de género, una zona de confort y accesible para directores de su clase. Es puro cine clásico de la que clase que en la década de 1940 haría alguien como Robert Siodmak: prolijo, bien actuado por estrella, un par de grandes escenas y un cuidado notorio en la puesta en escena.

En La viuda también hay rastros de, por ejemplo, Mujer soltera busca o Misery y hay cierta estética de los 80 en la inspiradísima de Seamus McGarvey que sabe utilizar profundidades de campo y ambientes oscuros para aportar suspenso con las que comparte un giro sangriento.

Jordan, quien firmó el guion con Ray Wright, arma con todo eso una fábula sobre la soledad urbana y la necesidad de llenar esos vacíos. Greta mete miedo, sí, pero es un producto de la sociedad que le tocó vivir. Eso no justifica algunas actitudes.

Todos están solos. Erica (Maika Monroe), la compañera de apartamento de Frances, tiene una figura paterna y rica que le cumple los gustos y poco más; la misma Frances padece la muerte de su madre y la distancia del padre y Greta se construyó una realidad paralela en la que ya no están ni su esposo, ni su hija. Esa soledad está presente en subterráneos atiborrados, en el placebo de los teléfonos celulares o en los callejones abandonados de una Nueva York que es parte de la historia.

Y hay algo generacional, también, simbolizado por el choque actoral de Huppert, la más importante de las actrices del cine europeo, y Moretz, una joven que está armándose su carrera en el cine de Hollywood. Las dos tienen un acercamiento totalmente distinto a sus personajes: mientras Moretz juega a los gestos, Huppert es más sutil como si supiera que solo le basta esa palidez y esa mirada para asustarnos.