Estreno

Fernán Cisnero

Ya en 2014, a David Zonana, el director de Mano de obra, una de las películas con las que hoy reabre Cinemateca Uruguaya, le bastó un cortometraje, Princesa, para que la revista especializada Variety lo considerara una promesa del cine mexicano.

Eso, quizás, le consiguió que Mano de obra, su primer largometraje, lo produjera Michel Franco, el director mexicano del momento (que trata un tema tangencialmente similar en El nuevo orden), o interesara a los distribuidores internacionales. Viene, además, con premios en los festivales de La Habana y Los Cabos y fue presentada en Toronto y San Sebastián.

Es sobre una improvisada y fallida utopía socialista y sobre las desigualdades del México actual. Lo cuenta desde el desencanto.

El personaje central es Francisco (Luis Alberti, el único actor profesional del elenco), un obrero de la construcción que después de una serie de flagrantes injusticias (incluyendo la muerte de su hermano en la obra y la falta de empatía del capataz y el patrón) decide, cuando muere el dueño, ocupar la casa que está construyendo. Invita a otras familias y espera que una escritura que los haría dueños de la propiedad. Un abogado anda en la vuelta y el mundo exterior se divide entre amenazante e inoperante.

En lo que también puede ser visto como una crítica a los vicios y desigualdades del capitalismo, Mano de obra se concentra, principalmente, en los cambios que esa situación provoca en Francisco. Ocupando el papel del patriarca cae en la mismas injusticias, las mismas conductas y ciertas tramoyas propias de la clase social que, en definitiva, representaba el fallecido dueño. Llega a usar su ropa e instaurar una estructura que, rápidamente empieza a mostrar sus resquebrajamientos.

El relato es preciso y aunque Zonana hace elipsis en algunos momentos claves de la anécdota (un asesinato, una violación) la tensión es creciente.

Todo eso, se lo muestra desde la contemplación: la cámara está a la distancia, con planos quietos (que hacen notar aún más los pocos movimientos de cámara) y llenos de líneas verticales, lo que da opresión y la idea de un mundo en construcción.

“Es un problema moral, no económico”, dijo el director en una entrevista sobre la transformación de los obreros en la película. “Independientemente de sus ingresos, las deficiencias morales como la ambición voraz, la corrupción y la incapacidad de sentir empatía hacia los demás se han infiltrado en todos los sistemas económicos”.

La película no es, necesariamente sobre la lucha de clases: es, en todo caso, sobre las dificultades de la conciencia de clase. Esa comunidad de niños corriendo, comidas compartidas y pollitos en el patio no puede ser ni perfecta ni permanente.

Al igual que luego haría Parásitos de Boon Jong Ho (una película citada como referencia por los críticos), Zonana diferencia el mundo de los obreros, atiborrado, lluvioso, incómodo con el de la casa que está construyendo que es blanca, modernista, espaciosa y con sol. Cuando esa utopía socialista empieza a desgarrarse ese planteo visual se modifica.

Una frialdad en la mirada que no evita la antipatía le da cierta complicación al relato. Y esa puesta en escena distante que nos convierte en testigos o fisgones y que funciona muy bien, puede atentar contra la paciencia de tiempos ansiosos como estos. Es un riesgo.