Estreno

La nueva película de Vincent Lindon y Stephane Brizé, después de "El precio de un hombre" vuelve sobre el mercado laboral 

Una parte del cine francés se ha dedicado, en las últimas dos décadas, a retratar las asimetrías del mercado laboral. El ejemplo más claro es, ya desde el título, Recursos humanos de Laurent Cantet, que representaba en un padre y un hijo, la realidad sindical y la realidad patronal y una evidente incompatibilidad de caracteres entre ambas.

Otro ángulo sobre el cambiante mundo del trabajo, lo había aportado Stephane Brizé en El precio de un hombre en el que Vincent Lindon era un cincuentón que quedaba desempleado, una de las siete plagas de la modernidad.

Ahora Lindon y Brizé vuelven a reunirse en esta La guerra silenciosa, un agotador, deprimente pero interesante fresco sobre la lucha de clases. Lindon, que da perfecto para el papel, es un sindicalista que debe enfrentar el cierre de la planta en la que trabaja. La patronal tiene sus razones y él tiene sus obligaciones y así la película se torna en un duelo dialéctico sobre cómo lidiar desde ambos lados del mostrador con las reglas de la nueva economía.

La guerra silenciosa

Aunque es un poco abrumadora (y por momentos es como estar en medio de una negociación del consejo de salarios), Brizé alivia el tema combinando algo del estilo nervioso del cinema verité e informes de noticiarios (y donde opina sobre el papel de los medios) hasta llegar un final contundente que visualmente, plantea mucho sobre los tiempos que corren.

Todo recae en Lindon, que está muy bien, como ese sindicalista idealista y algo egomaníaco que debe enfrentar a una patronal difusa y un frente interno complicado. Y en ese juego está la riqueza de esta película que tiene claro que hoy las reglas son otras y que es el fin de una etapa en las relaciones laborales.

La última escena, que deja al espectador ahogado, es una prueba de eso.