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Crítica de "Dolor y gloria": Las asignaturas pendientes nunca son fáciles de saldar

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Dolor y gloria

CRÍTICA

Se estrenó Dolor y gloria, la nueva película de Pedro Almodóvar y es uno de sus clásicos

Sólo basta poner en perspectiva algunos de sus momentos, para entender lo permanente y trascendente que ha sido la carrera de Pedro Almodóvar.

Percatarse, por ejemplo que ya pasaron 39 años de Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón; 31, de Mujeres al borde de un ataque de nervios; 22 de La flor de mi secreto; 20, de Todo sobre mi madre; 17, de Hable con ella; 13, de Volver; 8 desde La piel que habito y tres de Julieta.

Y agregar, además, que entre medio de esos hitos -cualquiera de ellos con derecho a ubicarse entre lo mejor del cine del último medio siglo- Almodóvar estrenó 13 películas más y tuvo, al menos, un tropiezo. Como esto es una democracia, cada uno puede hacer su ranking de películas del director español: en Uruguay se vieron todas y, en general han sido recibidas con expectativa imperturbable.

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Esa carrera y sus hitos, permiten atisbar el crecimiento vivencial y artístico de un nombre que es figura, personaje y maestro.

Empezó, por ejemplo como un cronista punk travestido de la movida madrileña que, a fines de la década de 1970, él mismo ayudó a fundar. Algunas de esas películas iban por el escándalo (la anticlerical Entre tinieblas, la homoerótica La ley del deseo) aunque Almodóvar, al frente de una troupe simbólicamente representada como u201clas chicas Almodóvaru201d pero que también incluía varones (Antonio Banderas, claro), aprovechó el momento para ensayar ideas y fundar un estilo.

En ese sentido, Mujeres al borde de un ataque de nervios fue una película irreverentemente cinéfila, una comedia de enredos hecha por un aprendiz de Lubistch españolísima y moderna. En los años siguientes fue afianzado el género que la quedaba más en talle: el melodrama a lo Douglas Sirk o George Cukor, al que llegó a través de Fassbinder y al que, al igual que alemán llenó de marginales (transexuales, drogotas, perversos), que es una de las marcas constantes de su mundo, junto a esos rojos omnipresentes. A esa fórmula, la cargó con la voluptuosidad a lo Loren de Penélope Cruz en Volver y la hizo mediterránea, sumando a su fórmula, una cosa italiana. La piel que habito, una favorita personal, era una confirmación exagerada y genial de sus juegos con los géneros e incluía comedia romántica, drama, película de científico loco. al juego se prestaba Banderas con una actuación brillante.

Pedro Almodóvar y Antonio Banderas
Pedro Almodóvar y Antonio Banderas durante el rodaje de "La piel que habito". Foto: Difusión

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En cierto sentido, Dolor y gloria es un resumen de esa carrera y de esas vivencias porque está claro, más allá de lo que diga el propio interesado, que el Salvador Mallo de Banderas es una versión bien parecida del propio director. Y más allá de que hay invenciones (su infancia no fue como la que se muestra), es imposible no ver a Almodóvar en ese director que repasa su vida en algunos momentos de su pasado, con los que tiene que lidiar o, en todo caso, lo atormentan y acompañan sus achaques hipocondríacos o reales que hablan de la edad y de los dolores de la creación.

ficha
Imagen de la película Dolor y Gloria
Dolor y gloria [*****]
Dirección y guiónPedro Almodóvar
MúsicaAlberto Iglesias.
ConCon: Antonio Banderas, Asier Etxeandia, Penélope CruzLeonardo Sbaraglia, Nora Navas, Julieta Serrano, César Vicente, Asier Flores.

España, Estados Unidos, 2019.
Fotografía: José Luis Alcaine.
Editor: Teresa Font.
Duración: 113 minutos.
Estreno: 6 de junio, 2019

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Una presencia que atraviesa la historia es la de la madre, una figura muy almodovariana. Acá es, otra vez, Penélope Cruz, como una pobre y abnegada hacia su hijo, un niño algo raro que canta en el coro del colegio de curas y mira estampitas de estrellas de cine. Esa madre, representa, para el protagonista, el arco de su vida: es también la anciana que interpreta Julieta Serrano y a la que él acompaña en sus últimos días con abnegación.

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La película es episódica y los encuentros incluyen a un actor (Asier Etxandia al que destrató en una película (que se llama Sabor y tiene una lengua que se hace frutilla en una boca de carmín), con quien puede encontrar una especie de salida, una reconciliación difícil y un buen stock de heroína. En el opiáceo, Mallo halla un placebo ante tanto arrebato de dolor.

El otro encuentro es con Joselo (Leonardo Sbaraglia), quien fue un yonqui y su pareja y hoy vive en Buenos Aires con familia y negocio próspero. Eso ocurre en el centro de la película y funciona como un alivio: con la presencia fantasmal del personaje de Sbaraglia, la película se ilumina. Toda la escena del argentino es emotiva y austera.

Dolor y gloria es también, a lo Fellini, una película sobre la creación, el pasado y un amor esquivo que, quizás, haya sido un obrero fisgoneado en un arrebato durante la infancia. También es un homenaje a una época y es un Almodóvar en estado puro que viene, ahora más explícitamente que nunca, a ofrecer su corazón.

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