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Cómo se construye un tirano democrático

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Frank y Claire Underwood, personajes a lo Shakespeare  en la Casa Blanca. Foto: Netflix

Volvió Frank Underwood, pero esta vez volvió —más que nunca— unido a su esposa Claire, la única que está a su altura como una personalidad política calculadora y, claro, maligna.

Pero no se trata de dos villanos de pacotilla, aunque en esta nueva temporada tanto Frank como Claire son menos complejos que en las pasadas. Está bien: se entiende que su insaciable sed de poder los "obligue" a ser menos ambiguos y más directos. Están, después de todo, en la cima del poder político mundial, un lugar en el cual no debe haber mucho espacio para sutilezas.

Pero eso no quiere decir que no recurran a intricadas tretas y maniobras. De hecho, éstas son tan complejas que a veces es difícil comprenderlas cabalmente como espectador. Es como si House of Cards estuviera cada vez más ensimismada, como si se estuviera hablando a sí misma, dejando afuera a muchos en sus vaivenes y vericuetos. En ese sentido, parece evidente que la salida del guionista principal Beau Willimon ha afectado el planteo y desarrollo narrativo de la serie.

Y eso que Frank Underwood (un Kevin Spacey que consigue transmitir desde su actuación el desgaste físico que su personaje ha sufrido en su camino hacia la Casa Blanca) se toma varias oportunidades para explicarnos qué es lo que está haciendo y qué objetivos persigue con sus jugarretas. Pero ni así consiguen los nuevos guionistas —Frank Pugliese y Melissa James Gibson— aportar claridad.

La serie arranca con la campaña por la reelección de Underwood-Underwood, y solo por las apariencias debería ser claro el resultado. La pareja presidencial exuda experiencia y expertise, sí. Pero también transmite arrugas, establishment y statu quo. Del otro lado, un macizo y fachero Will Conway (Joel Kinnaman), con credenciales militares como héroe de guerra. La victoria de éste casi que se impone en el marco narrativo planteado.

Pero la Vieja Guardia tiene muchos ases bajo la manga, y ningún prurito para recurrir a lo más vil y bajo con tal de asegurarse cuatro años más en el Salón Oval.

Es interesante recordar que Underwood es un demócrata y Conway un republicano, porque por lo que se ve en esta temporada, el republicano es bastante más "de izquierda" que el presidente.

Lo peor es que este presidente jamás se aparta de la legalidad y la institucionalidad para lograr sus metas, lo cual deja bastante mal parado al proceso democrático estadounidense tal como lo entendemos en base a lugares comunes vistos en muchas películas y series de televisión.

En el mundo de House Of Cards la democracia es una cáscara, una fachada tras la cual los políticos hacen todo tipo de chanchadas y transgresiones. Y es también el coto de unos pocos individuos.

No importan, dice la serie, las movilizaciones, las manifestaciones o cualquier otro impulso o movimiento político que no pertenezca estrictamente a las elites políticas. La gente más o menos común no tiene voz y su voto es solo una formalidad. Además, la serie también nos dice que a estos políticos no les importa la ideología: no tienen otra manera de interpretar y gestionar el mundo que no se base en motivos personales.

Esa, tal vez, es la crítica más furibunda que la serie le pueda hacer no tanto al concepto de democracia estadounidense, sino a la manera en la que el sistema bipartidista —y los poderosos intereses que los sostienen— ha pervertido el proceso político. No importa a qué supuesta ideología tal o cual político diga pertenecer o adherir. Lo que importa es el poder.

HOUSE OF CARDS 5 [***]

Showrunners: Melissa James Gibson, Frank Pugliese. Dirección: Daniel Minahan, Alik Sakharov, Michael Morris, Roxann Dawson, Agnieszka Holland, Robin Wright. Guionistas secundarios: John Mankiewicz, Kenneth Lin, Laura Eason, Bill Kennedy, Tian Jun Gu. Elenco: Kevin Spacey, Robin Wright, Michael Kelly, Campbell Scott, Joel Kinnaman, Neve Campbell, Dominique McElligott.

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Frank y Claire Underwood, personajes a lo Shakespeare en la Casa Blanca. Foto: Netflix

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