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César Troncoso habla de "El vendedor de sueños", el éxito de Netflix que protagoniza

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César Troncoso

Entrevista

El actor uruguayo cuenta su experiencia en la película brasileña que es tendencia de Netflix en Uruguay y Brasil y habla de cómo pasa el confinamiento y de cómo afecta la pandemia a la clase artística

César Troncoso
César Troncoso, un éxito desde Brasil

El vendedor de sueños, una película brasileña de 2016 que protagoniza el uruguayo César Troncoso es de lo más visto en Netflix, en Uruguay; ayer estaba tercera. Es la historia de un mendigo (Troncoso) con aspecto entre gurú y Cristo que da lecciones de vida a un psicólogo que se intentó suicidar. Está dirigida por Jayme Monjardin, reponsable de telenovelas de Globo como El Clon. Sobre ese trabajo, sobre cómo pasa el confinamiento y cómo vamos a salir de esto, Troncoso charló con El País.

—¿Cómo llegó a un proyecto como El vendedor de sueños?

—Fue por recomendación del director, Jayme Monjardim. Había trabajado con él O tempo e o vento, una película histórica que filmó en Rio Grande do Sul. Y de ahí me llevó a la Globo en la telenovela Flor del Caribe, de la que era el director general. Y como para El vendedor de sueños necesitaba una cara no demasiado conocida para el gran público, pensó en mí.

—¿Qué le interesó del proyecto?

—Por un lado que era un protagónico y darle continuidad a ese trabajo con Jayme Monjardim. La oferta me pareció de una gran generosidad y por lo tanto decidí aceptarlo.

—Es un personaje distinto a los que suele hacer. ¿Cómo lo trabajó?

—Un poco siguiendo las referencias que estaban en el propio guion, con el ida y vuelta con Jayme y con intuición. Es un personaje dolido pero con una gran capacidad de superación ante ese dolor y que se reinventa en otro lugar. Esos son los datos que uno tiene. En un punto las referencias estaban en aquella película con Robin Williams, Pescador de ilusiones. O hasta religiosas, bíblicas, incluyendo la figura de Jesucristo. Son cosas que uno maneja a nivel de cabeza.

—¿Habías leído el libro? ¿Te ayuda leer antes eso?

—No lo había leído. Creo que leer un libro, no me interesa mucho para construir un personaje. Porque a esa altura ya se transformó en guion, que es lo que hay leer. Igual depende del proceso de búsqueda de cada uno: hay gente que lo leerá y tomará información del libro. Pero un libro y un guion no apuntan hacia el mismo lugar y a veces desconcierta un poco. Son materiales parecidos pero no igual.

—¿Cómo es trabajar con Monjardim, que es un director importante que además dirigió muchas novelas muy exitosas de la Globo?

—Jayme es un tipo muy generoso que confía. Es de los que tratan de elegir bien a los actores con los que va a trabajar y luego los deja fluir.

—¿Cómo fue el rodaje?

—Se filmó una parte en Rio y otra en San Pablo. El rodaje entre dos ciudades generó uno de los problemas que padecí y que suele suceder en el cine: nunca tenés la temperatura adecuada para el personaje. Acá el vendedor de sueños está vestido con ropas normales, un buzo, una chalina, capas de ropa para dar la sensación de que es un habitante de las calles. Yo fui al rodaje con mi barba y mi pelo crecido como el vendedor de sueños pero al final se tuvo que rodar antes mi otro papel, el que está prolijo y con el pelo corto. Así que me tuve que afeitar y me pusieron postizos. Y con esas pelucas y barbas y la ropa de abrigo filmaba con 35, 40 grados. Eso fue un incoveniente pero es parte del filmar.

—¿Cómo le fue en Brasil?

—Con el estreno en sala creo que llegó a 750.000 espectadores, lo que no está mal. No sé, es media ciudad de Montevideo viendo la película. Luego tuvo una segunda etapa en la que se empezó a ver en otros formatos y ahora en Netflix Brasil estaba tercera entre las más vistas. Estoy recibiendo via Instagram un montón de mensajes. Me acaba de llamar una productora de Brasil para felicitarme porque la película estaba “bombando”, o sea que está arrasando.

—En Uruguay también es de lo más visto. ¿Por qué cree?

—No sé pero asumo que el hecho de la cuarentena y algunas cosas que propicia pueden estar sumando al éxito puntual. Los planteos que hace la película mediante los discursos del vendedor de sueños vienen muy bien para estos tiempos de incertidumbre y en que la gente se está mirando a sí misma y planteando un futuro tal vez distinto. Todo eso hace que este tipo de mensajes tengan una carga superior a la que naturalmente tendrían Hay un parate para valorizar pequeñas cosas que se solían dejar de lado. Los mensajes positivos, hoy, son necesarios.

—¿Cómo está pasando cuarentena?

—Tranquilo. Con mi mujer y mi hija en el apartamento. Soy el encargado -porque no tengo nada mejor que hacer- de hacer las compras, sacar la perra. Y más allá de algunas caminatas en solitario no hemos hecho mucho más. Me dedico sobre todo a mirar películas, a leer, soy el que cocina, tengo la casa más o menos ordenada, dibujo bastante. Me lo tomo con calma.

—¿Le quedaron muchos proyectos truncos?

—Un montón. Por ejemplo iba a hacer Esperando a Godot, dirigido por Jorge Denevi en el Auditorio. Y se canceló. Tenía algunas participaciones pequeñas en algunas películas, que se pospusieron. Estoy haciendo películas con un director argentino, Néstor Mazzini y tenía ganas de terminar una trilogía de la que nos queda la última película y este año no creo que se pueda. Hay como seis o siete películas en las qutrabajé que aún no están estrenadas, y hay que ver qué pasa con ellas. Y tengo varios proyectos en Brasil. Pero todo es un territorio demasiado incierto. No me quejo porque tengo a mi mujer con un salario y tenemos cierto resto pero en la clase artística uruguaya y entre los actores en particular, hay muchos que la están pasando muy mal porque somos el área de actividad que probablemente llegue más tarde a normalizar. Ojalá que no.

—¿Cómo se sale de esta pandemia?

—Esto marca la cancha. Cuando se habla de “nueva normalidad” ese término suena a ciencia ficción y eso genera extrañeza. La nueva normalidad no debe alejarse de las necesidades de las personas. Y hay que ver qué sucede para que nos agarre mejores, más empáticos, más solidarios, pensando en una escala de valores de mejor calidad, no tan preocupados por correr atrás del mango y de lo superfluo. Ojalá seamos mejores tipos después de esta experiencia infame. 

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