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Solamente es el fin de un capítulo

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Cine

Esta es probablemente la nota que me ha dado más trabajo escribir en mi vida. Y no solo porque sea la última que vaya a salir con mi firma en este diario: a todos nos llega la jubilación.

Tampoco porque sea una de las pocas que he escrito en primera persona, lo cual le otorga un carácter más íntimo: los periodistas solemos escondernos detrás de la (falsa) objetividad de la tercera persona.

El lío es que me pidieron que escribiera un balance de mi trayectoria, o algo por el estilo. ¿Un balance de mí mismo? Debe de haber pocas cosas menos confiables que los autobalances: acaso las autobiografías, que son por cierto las menos confiables de todas las biografías.

¿Por dónde empezar? ¿Un gusto por el cine manifestado en la temprana niñez, y expresado conscientemente por primera vez (debía tener cuatro o cinco años) el día que le pedí a mi padre, luego de ver una publicidad en el diario, que me llevara a ver Los tres caballeros de Disney? ¿Un interés más racional, a partir de la adolescencia, nutrido en centenares de matinées pero también en la lectura de los grandes (Alsina, Emir, Taco Larreta) a los que seguramente en ese momento entendía mal?

La historia posterior es más nítida: socio de Cine Universitario primero y de Cinemateca Uruguaya después; ganador de un concurso de ensayo y crítica convocado por esta última institución, uno de cuyos jurados se llamaba Jorge Abbondanza (que necesitaba un cronista y me trajo al diario). Principiaban los años ochenta, y desde entonces he llevado una especie de doble o triple vida: cronista en el diario, programador en la Cinemateca, docente de Historia del Cine en un par de instituciones.

Pero esta es una nota pedida por el diario, y supongo que tengo que hablar de él. Ha sido una especie de largo matrimonio, con sus más y sus menos, sus momentos de plenitud y de enojo. Pero el peso de la balanza cae para el lado positivo. Valió la pena.

Bueno, valió la pena para mí. No sé que opinan al respecto los sufridos lectores, que en todo caso disponen de una ventaja envidiable: si en la tercera línea uno no ha logrado interesarlos, pueden dedicarse a leer otra cosa.

¿Cuántos aciertos, cuántos desaciertos, cuánta simple rutina ha salido de mi teclado en todo este tiempo? Sobre los desaciertos, que seguramente fueron bastantes, dejemos caer un piadoso manto de olvido. En un diario, la rutina es abundante: hay que salir del paso, con decente prosa, comunicando en todo caso dos o tres ideas sobre algo que otros cincuenta periodistas han dicho ya o están por decir.

Dos o tres veces por mes, sin embargo, ocurre el milagro (o uno cree que ocurre, aunque pueda estar totalmente equivocado): la nota que logra decir algo original, el párrafo que revela un feliz manejo de la prosa, quizás la provocación que enoja a algunos pero sirve para dar pie a una discusión. ¿Cuántas veces lo he logrado? No tengo la menor idea. Que lo diga otro.

Por supuesto, a veces es muy fácil: no se requiere ser demasiado sagaz para advertir la calidad de un Bergman o Kiarostami, de un Scorsese o de lo mejor de Woody Allen. Otras veces se producen pequeñas satisfacciones: ser uno de los primeros que elogió Blade Runner durante el breve período en el que crítica y público ignoraron esa película de Ridley Scott, antes de que se volviera un éxito de culto; hablar bien de David Cronenberg cuando muchos lo consideraban un mero fabricante de "gore"; llamar la atención sobre el cine iraní cuando Kiarostami o Makhmalbaf empezaron a importar; reivindicar Medianoche en el jardín del bien y del mal de Eastwood cuando todos hablaban mal de ella.

No pido disculpas por algunas manías como la admiración por Bergman, Ford, Dreyer, Hawks,Tarkovski, Welles o Wilder, o el fastidio que (con excepciones) me produce Marlon Brando. Y es posible que el tiempo me dé la razón en algunas opiniones disidentes con respecto a cineastas que otros admiran y que me parecen un "bluff" (los portugueses Miguel Gomes y Pedro Costa, por ejemplo). En fin. Quiero creer que existe vida después de la jubilación.

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DespedidaGUILLERMO ZAPIOLA

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