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La belleza de la pobreza en los ojos de Ripstein

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"Soy un aprendiz del cine. No ceso de maravillarme con lo que aprendo".

El director de cine mexicano en el Festival de Venecia

Arturo Ripstein lleva cincuenta años analizando los bajos fondos de su México natal, buscando la belleza en la marginalidad porque, asegura: "los pobres son muy fotografiables, me salen mejor que los que tienen coche y corbata". Eso cuenta en el Festival de Venecia, donde estrenó La calle de la amargura, su último trabajo, que llega ahora a los cines en un expresionista blanco y negro y con el habitual guión de su esposa, Paz Alicia Garciadiego.

Una coproducción hispanomexicana, basada en una historia real y convenientemente pasada por el matiz del humor negrísimo que siempre impregna el cine de Ripstein. La calle de la amargura está centrada en la vida de dos prostitutas mayores, cansadas de no trabajar, y de dos enanos gemelos que se dedican a la lucha en un ambiente sórdido en el que todos los personajes buscan sacar algún beneficio.

Con el pulso de sus mejores películas, Ripstein realiza un certero retrato de la miseria y la marginalidad en un barrio de la capital mexicana, lleno de personajes extraños y que viven en un mundo ignorado pero muy presente, en el que el cineasta mexicano siempre sitúa sus historias. Una película alabada en Venecia, donde se estrenó fuera de competición, y también en el Festival de Gijón, lo que podría apuntar a un buen recibimiento por parte del público, aunque es algo imposible de predecir, como señala Ripstein, que apunta cuál es el elemento clave del éxito.

"Es la suerte, absolutamente la suerte, que es el secreto más bien guardado de todos porque es incontrolable", explica el cineasta. Por eso, prefiere no pensar mucho en por qué algunos de sus trabajos han funcionado y otros no. "Uno puede llegar a ser profundamente cruel con uno mismo", asegura Ripstein, que se limita a hacer "la mejor película posible". "Uno no piensa mucho en lo que hace porque se volvería mucho más egocéntrico", añade. EFE

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