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Un artista con método vuelve a la clase obrera

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Mario Handler. Foto: Nicolás Pereyra.

Mario Handler, director de Aparte, estrenó Columnas quebradas.

Mario Handler es un cineasta incansable. El más longevo de los directores uruguayos presenta a sus "80,6" años (como le gusta decir) Columnas quebradas, un documental en el que retoma su principal objeto de estudio: el obrero.

Y consigue en muchos sentidos una obra cargada de simbolismo, y por esa razón su estreno llega acompañado de la publicación de un librillo que repasa su carrera, y de una muestra fotográfica en Cinemateca Pocitos.

Aunque su filmografía arrastra una veintena de títulos y cinco décadas de oficio, Handler aún aguarda la respuesta del público con nerviosismo. Nunca está conforme con sus películas, a pesar de que Columnas quebradas llevó cinco años de investigación y rodaje, y tuvo más de 15 versiones en la sala de montaje. Handler dijo que es la película más compleja de su carrera.

Parte de esta ansiedad se debe a que sospecha que este es su trabajo más ambicioso. También es una muestra de su principal preocupación: marcar una huella en la memoria de la sociedad, es decir, perdurar a través de su cine. Por eso Columnas quebradas plantea una pulseada donde Handler se desafía a sí mismo, testeando la vigencia del discurso político que ha registrado y defendido a lo largo de su carrera, y poniendo a prueba su destreza de observador en un mundo cambiado.

Comenzó a filmar a fines de 1950. Estudió fotografía (además de literatura, química, violín y tango), y realizó algunas pasantías en Europa, de donde regresó convencido de que su apetito artístico estaba ligado a radicalizar los temas que incomodan a la burguesía. En 1965 estrenó Carlos, cine-retrato de un caminante, un film protagonizado por un peón que, instalado en Montevideo, se convirtió en un mendigo alcohólico. El registro de un bichicome carente del romanticismo de los clochard parisinos irritó a los intelectuales que sostenían que la sociedad uruguaya era culta y solidaria. Luego codirigió Elecciones (1967) con Ugo Ulive, y unos años después fundó la Cinemateca del Tercer Mundo junto a otros jóvenes inquietos (Mario Jacob, Walter Tournier, Walter Achugar).

Siguiendo los pasos del uruguayo Alberto Miller, se metió entre la gente anónima y la siguió a sus lugares de trabajo y a sus hogares. Los convirtió, junto a sus miserias e ilusiones, en protagonistas de sus películas. Frente al malestar político y social que anticipaba la dictadura, Handler empuñó la cámara como un arma y rodó sus obras más emblemáticas: Me gustan los estudiantes (1968) y Líber Arce, liberarse (1970).

Columnas quebradas recupera a modo de espejo varias imágenes de los obreros que registró (junto a la C3M) en Fray Bentos, una epidemia de sarampión (1973) y en Uruguay 1969: el problema de la carne (1969). Incluso, el título de la película surge del testimonio de uno de esos trabajadores rurales, cuando se refiere a la pobreza en la que vive a pesar de haber trabajado toda una vida, con tal esfuerzo que tiene "las columnas quebradas".

Como un guiño a esos primeros años, y a su pasión por la enseñanza, Handler rodó acompañado de Ignacio Guichón, un exalumno de los talleres que dicta en la Universidad. Registraron distintos ambientes (rural, metalúrgico, transporte, construcción, textil) usando el "método Handler": llegar sin auto, sin trípode, sin sonidista, sin guión, y con la empatía como principal herramienta. Sin embargo, la calidad fotográfica y el diseño de sonido es de los mejores de su filmografía.

De esta forma, tal como había hecho en Aparte (2002), husmeó en la vida íntima, laboral y política de distintos personajes, demostrando que a pesar de que el contexto ya no es de lucha y de fragilidad sindical (como en sus primeras películas), hay una problemática de desigualdad, de explotación y de inestabilidad, que sigue siendo la columna vertebral del obrero. Hacia el final de la película, plantea los nuevos problemas internos que enfrentan los sindicatos: la rivalidad entre los que son acusados de "carneros" y los que no.

Lo más interesante de este ensayo audiovisual es comprobar la capacidad de Handler para mostrar el costado más genuino de sus personajes. Vemos a un obrero que se casa con un hombre, y que participa de un ritual religioso. A un enérgico sindicalista que acaricia los pies de su hija antes de arroparla, y luego preparar una ensalada para cenar. Se habla de "tomadas" y de "fumadas": incluso una importante figura sindical arma un cigarro de marihuana frente a cámaras. Y se ocupa una fábrica con una conducta casi profesional. Los tiempos cambiaron.

Así consigue el principal objetivo de Columnas quebradas: mostrar quiénes son, qué hacen, qué sienten, y qué necesitan los que realizan los trabajos de mayor exigencia física. Y cuánto tienen en común ellos, con todos sus derechos conquistados, con los obreros que este cineasta interminable filmó hace 40 años.

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Mario Handler. Foto: Nicolás Pereyra.

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