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Hace 42 años se moría un poeta

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Equipo creativo actor-director: John "Duke" Wayne y John Ford. Foto: Archivo

Hace exactamente cuarenta y dos años, el 31 de agosto de 1973, murió John Ford. Ese día el cine norteamericano perdió a su mayor poeta épico, cuya carrera incluye 145 títulos entre documentales, cortos y largos de ficción, rodados a lo largo de medio siglo.

Hoy el canal Fox Classics le dedica varias horas de su programación a una maratón en homenaje al Maestro, que incluye cuatro de sus títulos esenciales (Un tiro en la noche, El hombre quieto, Viñas de ira, ¡Qué verde era mi valle!). Vale la pena evocarlo más allá de esos cuatro films puntuales.

Sean Aloysius OFearn (otras fuentes lo escriben OFienne) nació en Cape Elizabeth, Portland, en el estado noteamericano de Maine, el primero de febrero de 1894, en el seno de una familia de inmigrantes irlandeses. Ese origen nutriría buena parte de su obra cinematográfica, en un doble movimiento que abarca su empeño en arraigarse en la Nueva Tierra (al punto de convertirse en su máximo cantor de gesta) y también la nostalgia por una Madre Patria idealizada (El hombre quieto es una hermosa mentira) a menudo encarnada en los irlandeses borrachines, rezongones y entrañables que pueblan incluso muchos de sus films que no transcurren en Irlanda.

Tenía apenas veinte años cuando debutó como extra, y tres años después se convirtió casi accidentalmente en director de un pequeño "western" cuando tuvo que suplir al titular, que estaba borracho como una cuba. Continuó cultivando abundantemente el género durante todo el período mudo, a menudo al servicio de la estrella Harry Carey. Con la llegada del sonoro se afianzó hasta un período culminante que se inicia con El delator (1935) y se prolongó con altibajos en los años siguientes, en los que hay un puñado de films magistrales que incluyen La diligencia (1939), Viñas de ira (1940), El largo viaje de regreso u Hombres de mar (1940), ¡Qué verde era mi valle! (1941) o Pasión de los fuertes (1946) sin agotarse en ellos.

Suele identificárselo tanto con el "western" que casi nadie parece haber advertido que de sus 68 largos sonoros (entre 1929 y 1966) hay solamente quince de ellos, y otras cincuenta y tres películas que no lo son. De hecho hizo desde aventuras africanas (Mogambo, 1953) hasta dramas sociales (Viñas de ira), con una persistencia en la adaptación literaria (Liam OFlaherty, Steinbeck, Richard Llewellyn, Erskine Caldwell) que llega hasta Eugene ONeill (Hombres de mar) y Graham Greene (El fugitivo, 1947, sobre novela El poder y la gloria). Su atención principal fue siempre, o por lo menos en primer lugar, el drama individual y el retrato humano de los personajes, antes que la transmisión de un "mensaje" explícito.

Fue por cierto un conservador y un norteamericano cabal, que creía en Dios, en la bandera y en el Séptimo de Caballería. Pero si su trilogía de "westerns" militares fue una exaltación de la Conquista del Oeste (aunque había matices Fort Apache, 1948, que incluía un alegato en favor de los indios... dicho por John Wayne), su visión del pasado se fue volviendo progresivamente amarga y crítica, con rasgos de neurosis y prejuicio para el oscuro protagonista (Wayne) de Más corazón que odio (1956), apuntes sobre racismo en El capitán Búfalo (1960), una desmitificación de tradiciones legendarias sobre heroísmo en Un tiro en la noche (1962), y una clara reivindicación de la raza indígena en El ocaso de los cheyennes (1964).

En los años cincuenta y sesenta, el empuje épico dio paso en su cine a posturas más serenas y contemplativas, con la visión a veces irónica de héroes que envejecían (Misión de dos valientes, 1961) o políticos honestos y chapados a la antigua que eran derrotados por el avance de la modernidad (El último hurra, 1958). La colosal distracción de la crítica de izquierda que en los años sesenta lo calificaba de "fascista" porque le gustaba la vida militar (aunque no la guerra: su cámara solía quedarse con las familias angustiadas de los que iban a morir en el frente, en lugar de seguirlos a la batalla; también en Al redoblar de tambores se tardó en advertir algunas de sus fascinantes contradicciones. Es todo un dato que su notable despedida en Siete mujeres (1966), transgresora y casi feminista, fuera destrozada o ignorada en su momento. Una revisión reciente confirma lo que muy pocos creyeron (creímos) hace medio siglo: fue su última obra maestra.

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Equipo creativo actor-director: John "Duke" Wayne y John Ford. Foto: Archivo

El canal de cable Fox Classics evoca hoy a John Ford con cuatro de sus films

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