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Agnès Varda, un duende con una cámara, una sonrisa y una obra muy personal

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Agnès Varda
EPA1840. CANNES (FRANCIA), 29/03/2019.- Imagen de archivo realizada el 19 de mayo de 2017 que a la directora de cine francesa Agnés Varda (c) durante la presentación de su documental ''Rostros y Lugares'', con motivo de la 70 edición del Festival de Cine de Cannes, en Francia. Varda, una de las pocas figuras femeninas de la llamada "Nouvelle Vague" y galardonada con el Oscar de honor en 2017, falleció hoy a los 90 años, informaron medios locales. EFE/ Ian Langsdon
IAN LANGSDON/EFE

Obituario

La directora francesa, la representante femenina de la ilustre generación de la nouvelle vague falleció ayer a los 90 años

Aunque muchos de los obituarios que ayer acompañaron la noticia de su muerte a los 90 años la presentaban como una integrante de la nouvelle vague,Agnès Varda era, técnicamente, una outsider de esa movida en la que militaban varias de sus amigotes.

A esa inofensiva confusión —que a esta altura, 60 años después del surgimiento de esa promoción brillante del cine francés, no hace la diferencia— ayuda que, por ejemplo, el historiador canónico, George Sadoul, ubique su La Pointe Courte, que es de 1956, como una antecedente directo de la nueva ola, y que desde entonces le valió el título nobiliario de “Madrina de la Nouvelle Vague”. Así se la ubicó como pionera y único miembro femenino en ese club de Tobi del que eran socios fundadores Truffaut, Godard, Rohmer, Chabrol, quienes le solían dar importancia a las mujeres, pero no necesariamente del lado de ellos de la cámara.

En realidad, Varda estuvo más vinculada al lado izquierdo de esa generación. Si los nuevaoleros tenían una pasión al principio apolítica por el cine clásico de lo que hacían alarde en Cahiers du Cinema, Varda, Alain Resnais y Chris Marker se desprendían de sus cogeneracionales hacia un cine que combinaba un ojo documental heredado del neorrealismo, al que agregaron un toque de intelectualidad comprometida. Varda venía de las artes plásticas y la literatura.

Ese tono testimonial y político, estuvo siempre en la carrera de Varda, quien, mejor pensado, fue una suerte de puente entre los dos bandos. Godard, quien ahora sí es el único sobreviviente de aquella generación, aparece (¡sin lentes! y con sombrero de paja) en uno de los “episodios” de Cleo de 5 a 7, la película que hizo que el mundo le prestara atención a esta directora de aspecto frágil e ideas y arte radicales.

Agnès Varda
Vea el tráiler de "Cleo de 5 a 7"

Cleo de 5 a 7 sigue un día en la vida de una cantante pop que espera un resultado de un examen oncológico. Con un escenario tan deprimente, Varda hace un canto femenino, lleno de ideas cinematográficas propias.

Varda había nacido en mayo de 1928 en Bruselas, aunque se crió en el sur de Francia. Estudió en La Sorbona y la Ecole du Louvre y su primer trabajo fue como fotógrafa del Teatro Nacional Popular, de donde sacó a Philipe Noiret y Sylvia Monfort para protagonizar La Pointe Courte, su primer largometraje.

Desde allí, su carrera se dividiría entre el documental y la ficción (y a veces los dos formatos en la misma obra), en o que podía combinar poesía y cierto aire de denuncia. En ese último campo dio ejemplos soberbios como Sin techo, ni ley de 1985, una ficción que le dio el León de Oro en Venecia, y Los hurgadores y yo, un documental de 2000 sobre el oficio de los espigadores, una especie en vías de extinción en la Francia rural.

Dedicó, además, dos documentales y una ficción (Jacquot de Nantes de 1991) a la obra y la vida de su esposo, Jacques Demy, con quien estuvo casada desde 1962 hasta su muerte en 1990. Demy dirigió, por ejemplo, Los paraguas de Cherburgo, y con Varda tuvieron una breve carrera en Hollywood.

Visages, Villages de Agnès Varda
Vea el tráiler de "Visages VIllages"

En algunas de sus películas, Varda recurrió a su propia parentela y algunos de sus documentales se centraron en su experiencia personal y en su vínculo con los sujetos retratados. Su figura de duende simpático con su pelo bicolor, era el centro de Visages Villages, su última película estrenada en Uruguay y que tuvo una nominación al Oscar, en la misma ceremonia donde la Academia le otorgó un premio honorífico.

En Visages Villages, Varda se paseó por la campiña francesa con el fotógrafo JR, para retratar uno de sus temas más caros: la desaparición de un tipo de país y cómo conservarlos vivos a través del cine. En medio de esa recorrida, uno de los momentos más tristes es su decepción por una frustrada visita a Godard, un viejo compinche que, por lo visto, no tenía ganas o tiempo para recibirla. Incluso allí, es una película llena de ternura.

Su presencia era el centro de otro de sus autorretratos cinematográficos, Las playas de Agnès. Su última película, exhibida en la televisión francesa, se llama Varda par Agnès. Ella fue su personaje favorito.

Los reconocimientos y los elogios a Visages Villages volvieron a hacer visible su figura y su carrera. Fue como que el mundo, finalmente, alcanzó el universo de Varda que, desde la cuestión de género y su temeridad artística, siempre se manejó con perfil bajo y con cierto adelanto a su tiempo.

Tras haber participado en el guion de El último tango en París, una película que cada vez parece más machista, Varda se convirtió en una directora preocupada por las desigualdades de género, las que mostró con inquietudes feministas. Esa causa la llevó en 1971 a firmar el “Manifiesto de las 343” para la legalización del aborto, y en 2018, en Cannes, a posar junto a otras grandes mujeres del cine exigiendo igualdad y diversidad en la industria audiovisual. En L’une chante l’autre pas de 1977 contó la vida de dos mujeres en medio de los movimientos reinvindicativos de género.

A pesar de, a veces, atender temas generalistas, su cine nunca perdió de vista la individualidad de sus personajes. Eso lo dejó claro tanto en su filmografía como en su fotografía, sus trabajos en VHS y en las instalaciones artísticas.

A eso hay que sumar -aun en un cine que a veces aparenta urgente y espontáneo- un gran cuidado visual que incluía una precisa paleta cromática, como ya quedaba claro en los tonos impresionistas de La felicidad, su primera película en color y que le dio el Oso de Plata del Gran Premio del Jurado en el Festival de Berlín de 1965.

“Dudo que Agnès Varda haya seguido alguna vez los pasos de otro, en cualquier aspecto de su vida y su arte, que en su caso eran lo mismo”, dijo Martin Scorsese en una declaración para Deadline. “Marcó y transitó su propio sendero. Cada una de sus destacadas películas artesanales, en las que tan bellamente se balanceaba entre documental y ficción, no se parecen a las de nadie; cada imagen, cada corte. Qué obra que deja: películas grandes y pequeñas, lúdicas y duras, generosas y solitarias, tan poéticas e inquebrantables... Tan vivas”.

Es la certificación de un hombre, cierto, algo que ella nunca precisó, pero es verdaderamente muy certera.

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