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"Soy más reconocida en el exterior"

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Ida Vitale. Foto: Fernando Ponzetto
Nota a Ida Vitale, poeta, traductora, ensayista, profesora y critica literaria uruguaya, ND 20170718, foto Fernando Ponzetto - Archivo El Pais
Fernando Ponzetto/Archivo El Pais

Su condición de nonagenaria no le ha quitado lucidez, ni su larga vida (que transcurrió en Uruguay, México y Estados Unidos) le ha apagado el humor inteligente y las ganas de conversar.

Figura destacada de la Generación del 45, recibió el miércoles pasado un homenaje en la Biblioteca Nacional, a la vez que acaba de publicar Poesía reunida, que ofrece en un solo volumen mucho más de medio siglo de su pasión por la poesía. También traductora, ensayista y crítica literaria, entre los muchos reconocimientos en su haber están el Premio Octavio Paz, el Alfonso Reyes, el Reina Sofía, el Premio Internacional de Poesía Federico García Lorca, y más recientemente, el Premio Max Jacob.

—¿Como se adaptó a vivir en Estados Unidos?

—Yo estoy en Texas, que fue el resultado de una invasión de México. Y los mexicanos lo aceptan (ahora con Trump no sé que va a pasar), pero Texas es prácticamente México. Se habla inglés pero se habla español. No siento una distancia cultural grande.

—¿Está pensando en volver a vivir a Uruguay?

—Bueno, murió mi marido, Enrique Fierro, en agosto pasado, es lógico que me venga. En Estados Unidos todos me dicen: no te apures. Pero yo no sé hasta cuándo voy a estar lúcida. Mañana me da un patatús de noche, y voy a estar complicando a gente que son amigos y se portan admirablemente, pero no corresponde.

—¿Se siente cómoda dentro del rótulo Generación del 45?

—Es un criterio funcional para la enseñanza. Ahora creo que no tiene mucho sentido. Obviamente una generación es difícil que no tenga rasgos generales, debido a la historia. Pero las respuestas ante esos hechos, por suerte son individuales.

—Fue una generación que tuvo una formación muy buena.

—Hoy me doy cuenta que la escuela era notable. Yo tuve hasta clases de latín en la escuela, durante un año. Y no es que salías pudiendo leer a Virgilio, no. Pero la base del latín me sirvió mucho, cuando luego en el liceo tuve francés e italiano. Supongo que toda esa base cultural tuvo que ver con la Generación del 45. En ese momento, la escuela era básica.

—Usted fue estudiante de la primera generación de la Facultad de Humanidades, cuando estaba en la Ciudad Vieja.

—Sí, allá sobre el mar, un lugar siniestro, había que caminar por ahí con los vientos y el frío, los ruidos del viento. En realidad yo empecé estudiando Derecho: hice tres años, de lo que no me arrepiento. Y cuando se fundó Humanidades, largué y me fui para ahí. Y hubo gente que tuvo que formarse un poco de apuro, para dar clases. Tuve profesores estupendos, como Guillot Muñoz. Y a José Bergamín, un profesor que me marcó. Él cuando llegó a Uruguay se puso a dar clases: nunca buscaba influir en lo político, que para él era básico, de eso no hablaba.

—¿Cómo recuerda a Ángel Rama?

—Bueno, por un tiempo traté de recordarlo de la mejor manera posible. No sé, no sé. Bueno, me dio dos hijos, y con eso basta... Era un hombre muy trabajador. Y en el plano literario no hubo esa comunidad de intereses. Por ejemplo, él detestaba a Borges. Y cuando lo empecé a leer en profundidad descubrí que en eso teníamos un desacuerdo total.

—¿Cómo era colaborar con Marcha? ¿Era dejar las notas nomás?

—No, ¡qué se iban a dejar las notas nomás! Carlos Quijano cuidaba mucho cómo estaba escrita una nota, él estaba sobre todo, no era de delegar. Igual que Octavio Paz con sus revistas: controlaba todo. Me acuerdo de una pelea que tuve con Quijano, que yo estaba furiosa porque a él en el fondo la literatura le importaba menos. Y yo había hecho una nota muy larga, como para página central, y me la iban a pagar igual que una nota corriente. Y yo le dije que era desproporcionado, porque si en vez de ser una nota literaria, hubiera sido política, no la habrían pagado igual, sino más. "Bueno, bueno", me dijo Quijano, y resulta que a los tres o cuatro días lo metieron preso. Me acuerdo que fui a llevarle una mermelada, y me dije que no hacía una nota más para Marcha. Trabajar ahí era un magisterio, lo de Quijano, como integridad, como persona responsable de lo que hace. Y era muy simpático además. Hasta en las peleas.

—¿A Felisberto Hernández lo conoció?

—Sí, claro. No sólo lo conocí, sino que lo invitaba a comer. Era maravilloso verlo comer. Yo nunca tuve un invitado que me pidiera repetir sopa y se comiera cuatro platos. Era un señor. A él no se le hablaba de literatura. En eso era como pudoroso. Y trabajaba muy lentamente. Una vez vinieron a casa Felisberto y Onetti, porque Felisberto nos quería leer, creo que era Nadie encendía las lámparas. Estaba como obsesionado con eso. Y todos nos preguntábamos cuánto nos leerá. No sabíamos. Y era una página y un pedacito así, nada: lo estaba empezando. Felisberto era así, minucioso. Él se declaraba con problemas para escribir. Él trabajaba, y esperaba como que le viniera.

—¿Se puede decir que fue como el fantasma de la Generación del 45?

—Es que no le daban importancia a Felisberto, digo, el público en general. Había gente que lo apreciaba mucho. Pero en el fondo se habló mucho más de Onetti cuando apareció, que de Felisberto. Claro, es normal: la novela llega más a la gente que el cuento. A mí siempre me pareció notable Felisberto, salvo alguna cosa horrible, algún cuentito que era un poco como un chiste. Él era de hacer esas cosas. A veces me decía: "No me vayas a dar arroz, que se me llena la boca de granos". Él tenía esas cosas. Había un episodio, que no sé quién lo registró. Ante la muerte de un familiar, van al velorio, en una funeraria. Y lo ven a Felisberto apoyado en una baranda. Y lo van a consolar, a decirle algo, y él dice: "Estaba pensando en un cuento que tenía que terminar". Era brutal. Felisberto, para una biografía, es difícil. Era desconcertante. Era como la cebolla.

—¿Qué siente usted que le quedó por hacer?

—Tanto, tanto. Un día nos encontramos con García Márquez, y nos dijo que él hubiera querido toda la vida traducir a Leopardi. Yo hubiera querido traducir a Proust.

—¿Se siente más reconocida en el exterior que acá?

—Y bueno, si hacemos números, y vemos todas las ediciones de mi obra en el exterior, queda claro.

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Ida Vitale. Foto: Fernando Ponzetto

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