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La intensidad de Cabrerita en las niñas de acuarela

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Cabrerita

Artes Plásticas

El Museo Nacional de Artes Visuales expone 100 obras de la Colección Esterista de Raúl Javiel Cabrera

La vida de Raúl Javiel Cabrera “Cabrerita” no fue fácil. Abandonado de niño, más bien fue un limbo entre hogares adoptivos e instituciones psiquiátricas. Debe ser por eso que las niñas de Cabrerita, aquellas innumerables pintadas en acuarelas con cabello rubio, de manos y ojos grandes —unas veces celestes, otras tantas castaños— transmiten de todo menos calma. Hay una especie de efecto paradójico entre los colores suaves que transmiten inocencia y la intensidad de las miradas melancólicas, al punto que intimidan cuando se camina entre ellas en el Museo Nacional de Artes Visuales.

Hasta el 8 de abril, tanto las niñas como otros cuadros que abarcan todas las etapas, menos la inicial, del pintor uruguayo fallecido en 1992 estarán en el museo en una exposición que agradece la donación de 100 obras de la Colección Esterista de la curadora y miembro de esa escuela, Fernande Dalézio, y que funciona de anticipo de una antología que se prepara para 2019, cuando se cumplan 100 años de su nacimiento. El horario del museo es de martes a domingos de 13.00 a 20.00.

“En definitiva, la pintura de Cabrera es el mundo de la poesía de Parrilla, traducido en línea y color”, escribió María Esther Gilio sobre el artista y retomó Dalézio en su presentación de la colección. Es que no se puede hablar del pintor sin hacer mención al poeta y amigo José Parrilla, que aunque fue desdeñado por la célebre generación de intelectuales del 45, se convirtió en un mentor para Cabrera, sobre todo en esa época en la que el pintor intercambiaba dibujos y acuarelas por monedas o alimento. De las obras de Cabrera y de la poesía de Parrilla surgió el Esterismo, un movimiento anárquico de arte popular, y de ese vínculo se desprende una historia de amistad necesaria para el arte del pintor y que, según Pablo Thiago Rocca, director del Museo Figari en la presentación de la muestra, complementa el legado de Parrilla o lo presenta como un todo indisociable.

Entre el café Sorocabana, el Vilardebó y la Colonia Etchepare -adonde hasta hoy se cree que fue llevado por error y terminó viviendo 30 años-, Cabrera nunca dejó de crear, a veces dibujando, otras pintando. Siempre volvía a las niñas que con su estética geométrica se transformaron en íconos de la historia del arte uruguayo, y en musas para que Washington y Carlos Benavides escribieran una canción. Pero tanto para Dalézio como para Rocca, el arte de “Cabrerita” no ha cobrado todavía la relevancia institucional que merece y esta donación, así como la exposición actual y la que se viene, son necesarias para que recobre ese lugar que, en los años 40, había comenzado a forjarse. Y, además, es “un gran paso hacia la consecución de la verdad histórica escamoteada por su generación, o por parte de ella”, expresa Rocca.

Pero más allá de la relevancia histórica y de la historia personal del pintor, la muestra de Raúl Javiel Cabrera es una suma de sensaciones que en su esencia subjetiva invita al espectador a sentarse y enfrentar a esas niñas desafiantes para comprenderlas, sentir empatía por la mente que subyace a esos colores acuarelas, a esos cabellos rubios, a esas miradas potentes. O simplemente para deleitarse.

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