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Las ideas claras que hacen una obra potente

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Santiago García en "Strum"

Martes de plástica

La muestra Strum, de Santiago García, en Alianza Francesa

Santiago García en "Strum"
Híbrido. En esta serie, Santiago García vuelve a dialogar entre el arte abstracto y el más figurativo. Foto: F. Flores

Con Strum, Santiago García no habla de nada nuevo, más bien es un debate que ya tiene su tiempo, sobre la posmodernidad y el bombardeo de información. “No da el día para vivir”, dice el artista en entrevista con El País. Y con la misma contundencia que tienen sus palabras, hace sus cuadros, que están en un camino intermedio entre lo figurativo y lo abstracto. Entonces sí, García está hablando de algo a lo que ya tememos, pero la contundencia de sus trazos, y la fuerza de la serie que está exponiendo en la Alianza Francesa, nos hace sentir que hay que detenerse, por lo menos un segundo, para interpretarlo.

Pero la mirada crítica que inspira la obra de García, no es una mera contraposición a la sociedad actual, sino a la del mundo por el cual él se mueve: el artístico, con sus creadores y sus mercaderes.

Una de las cosas que más le preocupa, es que desde el arte de vanguardia muchos artistas se quedaron en un lugar que sobrepasa lo rupturista y, por decirlo de algún modo, se termina transformando en un espacio de confort. Ese espacio hace que cualquier objeto, “con una mínima vuelta de tuerca”, pase a clasificar como arte. La falta de calidad en la obra, lleva, según García, a que el marco teórico se convierta en pieza fundamental “para sostener ejecuciones bastante limitadas”. Y a eso hay que sumarle el mercado, “que le interesa que el artista tenga más producción que calidad”. 

“Que una obra visual tenga más valor por lo teórico, es faltarle el respeto a un lenguaje que a mi criterio es mucho más fuerte que el escrito”, opina, y cree que lo que pasa en el arte es reflejo de esa posmodernidad aceleradora y bombardeante que domina en general.

Mirar la obra de García es entender ese discurso sin leerlo, por lo menos en cierta medida, porque, claro, el que observa siempre llega con su bagaje y puede dirigir su comprensión hacia donde quiera.

Implica, además, pararse a cierta distancia, y luego acercarse, porque los elementos parecen ser infinitos y están a distintas escalas. Están los misiles, que refuerzan esa visión del bombardeo, el street art llevado a las telas de gran formato, las siluetas, los trazos gruesos, los más finos, el pincel y la carbonilla, y están, aunque parecen ir en contra al discurso del artista, las palabras.

Porque García no se niega a ellas, sino que las toma prestadas, las resignifica y las plasma como un elemento plástico más. Por eso, y aunque las hay en español, prefirió inclinarse por el alemán, para que el observador, al pararse frente a la obra, se vea libre de cualquier intelectualización.

García está convencido de que para sobrevivir en el arte hay que trabajar desde dos perspectivas. Por un lado está el artista de afuera del taller, el que tiene que amoldarse a lo que espera la demanda, y ese lado, prefiere dejarlo en manos de otros, los galeristas que desde hace 20 años le han permitido vivir de su arte.

Después está el del interior del taller, ese que da rienda suelta al proceso creativo y se deja llevar por técnicas y estilos dispares. Así, en las 58 series que García ha creado en su carrera, hay quienes pueden recordarlo por los championes realistas, o quien vaya más atrás, por los cuadros con siluetas de tamboriles y candomberos. Pero, está convencido, todas esas diferenciales son parte de un mismo proceso que lo constituyen en lo que es hoy, con Strum, que es, como los anteriores, un paso más.

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