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"Freud se volvió una caricatura de sí mismo"

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"Esta biografía surge de la necesidad de recapacitar sobre un personaje polémico", afirma.
lea crespi

La gran especialista del psicoanálisis firma una biografía sobre el psiquiatra vienés. En la recién editada en Uruguay Freud. En su tiempo y en su destino (Debate, 990 pesos), Roudinesco desmiente las leyendas y se enfrenta a sus críticos feroces. Es, claramante la biografía definitiva de una mente brillante y uno de los libros del año que se termina.

—Su biografía aspira a dibujar un retrato justo y ecuánime de Freud. ¿Lo escribió en reacción a las invectivas contra el personaje de los últimos años?

El libro surge de la necesidad de recapacitar sobre el personaje. La última biografía seria sobre Freud, que firmó Peter Gay, es de hace 25 años. Desde entonces, casi todo lo que se publicó fueron condenas encendidas hasta extremos inverosímiles, firmadas por personajes que, en realidad, no conocían su historia. Como sucede a menudo con los personajes controvertidos, Freud se volvió una caricatura de sí mismo, envuelto en numerosos rumores y mentiras. Me pareció que había llegado la hora de volver a un equilibrio.

—En el libro escribe, por ejemplo, que no fue "un burgués libidinoso, adepto de los burdeles y la masturbación", como se ha dicho tantas veces. ¿De dónde surgen esos malentendidos?

— Tratándose del fundador de una doctrina sobre la sexualidad, me pareció imprescindible saber cómo fue su vida sexual. Me di cuenta de que existían libros enteros sobre decenas de leyendas de las que no hay ninguna prueba. Quise dejar claro que nada demuestra que fuera un hombre incestuoso, ni de tendencia fascista, ni un usurero que cobraba el equivalente de 450 euros por sesión, y que ni dejó embarazada a su cuñada ni abandonó a sus hermanas a los nazis. Tampoco fue misógino, aunque a veces sí paternalista.

—Otro mito que destruye es el del genio incomprendido. Sostiene que logró fascinar a sus contemporáneos, "a toda una generación obsesionada por la introspección".

—Su primer biógrafo oficial, Ernest Jones, quiso presentarlo como un genio solitario enfrentado a las masas, pero es una imagen errónea. Sí, sus libros fueron objeto de un vivo debate, pero no hay que confundir la polémica con la incomprensión. Por ejemplo, cuando Elias Canetti visitó Viena en 1920, descubrió a una ciudad entera persiguiendo a su Edipo. A Freud no le gustaba la polémica, porque era un hombre bastante autoritario y no soportaba el conflicto, aunque a veces lo provocara él mismo. Pero es falso que fuera un solitario. A menudo trabajó en equipo.

—Su libro inscribe a Freud en la ebullición intelectual de la Viena finisecular. ¿El descubrimiento del subconsciente fue una aventura colectiva?

—Por supuesto. Freud fue un personaje muy vienés, inscrito en una época plenamente europea, en la que el continente se interrogaba sobre sus mitos fundacionales para renovar su identidad, una dinámica muy acorde con la de Freud. Contemporáneo a la emergencia del sionismo y del primer feminismo, su aportación forma parte de un gran movimiento de emancipación. Empezó queriendo curar la neurosis, pero acabó provocando una liberación aún mayor. Pero también es cierto, como dijo Stefan Zweig, que la burguesía de la belle époque estaba tan concentrada en la introspección que no supo ver venir la Primera Guerra Mundial, ni el nacionalismo, ni la miseria del pueblo que les rodeaba.

—Fue también un hombre de paradojas: padre de una revolución que llevó a la modernidad, pero políticamente conservador; de fuerte cultura judía, pero ateo; y liberador de las pulsiones sexuales, pero partidario de la abstinencia desde los 40 años. ¿Fue incoherente?

—Todo tiene una explicación. La abstinencia, a partir de la que formuló la teoría de la sublimación, se explica por su deseo y el de su esposa, Martha Bernays, de no tener más hijos. Podría haber usado contraceptivos, pero no tenía suficiente ímpetu sexual y no sabía ni utilizarlos. Freud no fue nada seductor. No fue un puritano, ya que abogó por liberar las pulsiones sexuales. Pero tampoco un libertario: creía que uno debía controlarlas.

—Freud concibió el psicoanálisis como una doctrina apolítica, que debía mantenerse al margen de toda militancia. ¿Qué piensa usted, que suele intervenir a menudo en el debate público desde posiciones izquierdistas?

—En efecto, Freud fue contrario al compromiso político y apostó por una especie de neutralidad. Para él, el psicoanálisis ya era compromiso suficiente. Yo estoy en total desacuerdo con esa parte. Si el psicoanálisis parte del estudio de los vínculos familiares, ¿cómo puede quedar el psicoanalista al margen del debate del matrimonio homosexual o la gestación subrogada? Yo soy favorable a ambas cosas, pero muchos de mis compañeros se expresan en sentido opuesto al mío. No sé si sabe que un 70% de los psicoanalistas franceses estuvieron contra el matrimonio homosexual.

—Muchos siguen definiendo el psicoanálisis como una estafa. ¿Por qué es difícil de aceptar?

—Es una teoría muy contundente que no resulta fácil de digerir. En la primera mitad del siglo pasado se la condenaba en nombre de la moral. Hoy se la condena apelando a lo que algunos llaman ciencia. Hoy día, la psiquiatría está desapareciendo y los neurólogos se convierten en simples distribuidores de medicamentos. Así es normal que el psicoanálisis y su manera de entender las enfermedades del alma molesten. El problema es que la gente empieza a estar harta de tomar medicamentos.

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"Esta biografía surge de la necesidad de recapacitar sobre un personaje polémico", afirma.

Élisabeth Roudinesco

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