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Una estrella que es también una actriz

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En el primer tercio de la década de los cincuenta, Sophia Loren pudo parecer una más dentro del grupo de jóvenes actrices de curvas generosas y escote abundante con las que el cine italiano salió a competir en los mercados internacionales

Una lista incompleta incluye también a Gina Lollobrigida, Silvana Mangano y la hoy minuciosamente olvidada Silvana Pampanini. En las comedias y melodramas que esas mujeres interpretaron entonces resultaban intercambiables: recordar por ejemplo que las dos primeras entregas de la saga costumbrista Pan y amor... fueron protagonizadas por Gina, y en alguna que vino después estaba Sophia Loren.

Pero Sophia estaba hecha de otra pasta, y pronto lo comprendieron su esposo y productor Carlo Ponti y el director Vittorio de Sica, quien le dio su gran oportunidad en El oro de Nápoles, hizo de ella una actriz dramática de primera línea en Dos mujeres y la reunió reiteradamente con Marcello Mastroianni en una serie de comedias y dramas (Ayer, hoy y mañana; Matrimonio a la italiana; Los girasoles de Rusia) que hicieron historia.

Al mismo tiempo, Hollywood advirtió su existencia, pulió un poco sus aristas más rudas, la reunió con galanes como Alan Ladd, John Wayne, Cary Grant o Charlton Heston, e hizo de ella una estrella internacional (hay que ver el esmero con que el director de fotografía le exige a los vestuaristas que Sophia vista ropas de un color diferente a los demás en La caída del imperio romano, 1965, de Anthony Mann, para que se destaque siempre dentro del cuadro).

Su caso es muy particular: el de una estrella (la más grande de la historia del cine italiano) que es también una actriz de primera línea. Y sigue activa: viene de filmar La voz humana.

Aquella generación de damas de curvas y escote generoso

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