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Esos cotidianos e inadvertidos fracasos de unos anithéroes

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Casi todas las novelas de Claudia Piñeiro han ido al cine.

Empujarlos. Ponerlos de cara frente al abismo. Forzarlos a tomar esas decisiones que se hacen carne, que se imprimen a la vida. Simplemente los arroja, para ser testigo de sus reacciones y construir sus historias, su ADN. A ella, la autora, no le importa otra cosa.

Sólo quiere verlos renacer desde las mismas cenizas. Así los piensa, así los imagina Claudia Piñeiro. No importa si son altos, bajos, gordos o flacos. Sólo emanan tras sortear el barranco porque los personajes íntegros no existen. No se los cree. "Hasta el más íntegro alguna fisura debe tener".

Cuando tuvo que elegir una carrera, Piñeiro pensó en estudiar Sociología, pero la dictadura militar le quitó esa posibilidad. "Evidentemente hay algo de la mirada social que me interesa, por eso muchas veces lo social se transforma en un personaje más. Había elegido esa carrera por algo, y sin duda sigo interesada en ella", especula la autora de títulos que alcanzaron el mote de best seller. En aquel tiempo la escritura no se perfilaba como una profesión y siguió el mandato familiar. Estudió Ciencias Económicas, se recibió de contadora y trabajó para un estudio importante hasta que en un avión, rumbo a San Pablo, abrió el diario y vio la convocatoria de un concurso de novela erótica. Pidió licencia y escribió. Aquellas páginas resultaron finalistas.

En voz alta pensó que era posible. Llegó La viuda de los jueves (2005) y la literatura se convirtió en su forma de vivir. Así vieron la luz Tuya (2008), Elena sabe (2007), Las grietas de Jara (2009), Betibú (2011), Un comunista en calzoncillos (2013) y ahora Una suerte pequeña.

La barrera estaba baja. Frenó, detrás de otros dos autos. La campana de alerta interrumpía el silencio de la tarde. Una luz roja titilaba sobre la señal ferroviaria. Barrera baja, alerta y luz roja anunciaban que un tren llegaría. Sin embargo, el tren no llegaba.

Este es el leitmotiv de Una suerte pequeña (Alfaguara) la escena que se repite a lo largo de toda la novela. Una escena que comienza con apenas unos renglones para luego tomar vida propia.

—Las imágenes sirven de disparadores en todas tus obras...

—Siempre al principio no aparece una idea sino una imagen disparadora, y en esta novela parte de una situación que viví en mi infancia, allá en Burzaco. No es la misma, pero es la que me llevó a imaginar lo que construye a Una suerte pequeña. Un accidente ferroviario, la barrera baja, un auto, una mujer. Tengo el recuerdo de la gente hablando, diciendo Esa es la mamá a la que le pasó eso. Tengo el recuerdo de esa mujer marcada. No vi el accidente, pero podría describirlo como si lo hubiera visto, como si hubiera estado en ese instante. Fue una historia que se fue armando, que estaba en mi memoria y que necesitaba salir.

—Uno suele hacer recortes del mismo recuerdo.

—Me pasa mucho. No todos recordamos lo mismo. Mi hermano dice que lo que siempre cuento es distinto a lo ocurrido. De hecho, muchas veces uno memoriza cosas que le contaron y que cree haber visto.

—La muerte vuelve a atravesarse para empujar desde el abismo.

—Se me atraviesa siempre. Está en todo lo que escribo, pero no siempre desde el mismo lugar.

—¿Es la muerte la que expone en tus relatos un mundo hipócrita, el de una sociedad que juzga?

—En toda muerte hay responsabilidades, culpas y demás, y en una sociedad cerrada, en un pueblo, en un barrio, uno puede verla aún más.

—Ciertamente, tus relatos cargan un tinte sociológico. Hay quienes se atreven a verte como a una retratista de la clase media argentina.

—Me cuesta separar a los personajes de su entorno social, de su realidad. Mis personajes viven en el lugar en el que escribo.

—El género policial toma mucho de lo sociológico. Esa debe ser una de las razones por las que le seduce este género.

—Es que no podés contar un crimen sin mostrar la sociedad, el entorno donde sucede. Te permite mostrar diversas capas sociales. Se dice que las sociedades se cuentan por los crímenes que suceden. La sociedad contemporánea convive con el crimen y la violencia. Salvo Betibú, nunca empecé una novela pensando en un policial, las muertes me fueron llevando por distintos caminos.

—También te permitís hacer una mirada política.

—La política me interesa muchísimo, es que los escritores somos seres políticos. Yo no soy de ningún partido, tampoco milité. Por supuesto tengo mis afinidades, pero mantengo distancia, no me gusta estar de un lado ni de otro, me gusta opinar sin tener que medirme en lo que digo. Hoy necesitamos buscar un equilibrio y encontrar la forma de decir lo que opinamos sin agredirnos. Respetándonos.

—¿Creés que tu formación como guionista sirvió para que tus historias fueran llevadas al cine?

—Me sirvió para la construcción de personajes. Aprendí sobre los conflictos de cada escena, por lo general las acciones pasan por los personajes. No me lo propongo, pero mucha gente cuando lee mis novelas dice que claramente ven una película.

—Todas tus novelas revelan algo tuyo. ¿Con qué nos encontramos en Una suerte pequeña?

—Es cierto, todas las novelas que escribí tienen que ver conmigo, eso no quiere decir que yo sea algún personaje ni que me haya sucedido lo mismo que se cuenta. En esta última historia exploré sobre la maternidad. Nunca puse en duda mi maternidad (tiene tres hijos, de 21, 19 y 17 años), de hecho dudaba más en casarme que en tener hijos. Fui mamá por primera vez a los 33, después de haber hecho un desarrollo profesional. Generacionalmente fue raro, pero tomé la decisión de ser madre en el momento que yo quería.

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Acaba de editarse Una suerte pequeña, la nueva novela de Claudia Piñeiro

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