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Un juego de niveles de ficción para la vista y para el intelecto

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Sergio Blanco sabe armar una obra que puede ser apreciada en muchas partes. Foto: Difusión

El estreno de El bramido de Düsseldorf estuvo precedido de mucha expectativa, y eso es natural cuando un artista uruguayo viene ofreciendo una serie de montajes exitosos, aquí y en el Exterior.

En general se especula sobre si mantendrá el alto nivel de las obras anteriores o no. Y afortunadamente, esta nueva creación de Sergio Blanco es un gran espectáculo, armado por él doblemente, desde el texto y desde la puesta en escena.

Como sucede con muchas de las novedades que hoy brinda la escena local, texto y escenificación están muy entrelazados, a través de un preciso trabajo de amalgamar el guión al escenario, y al trío concreto de actores que lo va a representar. En esta nueva obra, Blanco sube a apuesta de lo que ya había mostrado en Tebas Land o La ira de Narciso. Nuevamente hay un juego de niveles de ficción, y de referencias que juegan entre la realidad y la fantasía, pero acá el discurso escénico aparece mucho más fraccionado, por momentos como si fuera un ensayo de la propia obra.

El dramaturgo ofrece un montón de escenas, para que el espectador las arme, y de algún modo, no todos los integrantes del público seguramente sean capaces de captar el total del juego se propone. Pero no importa, porque más que armar todo el relato, su interés está en cómo está presentado en escena.

En ese aspecto, este montaje tiene una belleza visual que está por encima de La ira de Narciso, por ejemplo. En este nuevo trabajo escénico Blanco se muestra como un gran director de escena, y no solamente como un escritor ingenioso, con talento para contar historias de un modo original. La puesta en escena de El bramido de Düsseldorf es limpia, muy bien trabajada en los tonos, y con un aire de teatro cosmopolita. El uso de los elementos audiovisuales está muy bien concebido y llevado a cabo. Y hay todo una dinámica pirandelliana del actor hablando del autor, y del intérprete diciendo que no le gusta interpretar una escena determinada.

En esos sentidos, es una obra que tiene todo para ser presentada en otros países, como ya ha ocurrido con varios textos de este autor.

Blanco sabe escribir y escenificar acorde al deseo de muchos espectadores. En esta obra hay un toque culto, ensayístico, y también referencias a la cultura de masas, y hasta algo de humor. No faltan las truculencias, ni momentos emotivos, o el intermedio musical, o la cita que el espectador conoce. Y el conjunto corre con buen ritmo, pasando de un asunto al siguiente sin lentitudes, en un devenir muy cambiante. Hay una vitalidad en la escritura que le viene muy bien al escenario, y una audacia en el manejo y la mezcla de los muchos temas en juego. En realidad no parece un trabajo escénico tan exigente para el trío de actores, y el resultado es una obra de muy buena producción, que se disfruta tanto visual como intelectualmente.

El bramido de Düsseldorf [****]

Autor y director: Sergio Blanco. Actores: Walter Rey, Soledad Frugone, Gustavo Saffores. Video Arte: Miguel Grompone. Escenografía, vestuario y luces: Laura Leifert y Sebastián Marrero. Diseño de sonido: Fernando Tato Castro. Preparación vocal: Sara Sabah. Asistencia de dirección: Juan Martín Scabino. Sala: Zavala Muniz, del Teatro Solís. Funciones: de martes a jueves, a las 21.00. Entradas en Tickantel, $ 500.

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Sergio Blanco sabe armar una obra que puede ser apreciada en muchas partes. Foto: Difusión

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