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Un pez que viaja desde las calles hasta un museo

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Alfalfa. Foto: Gabriel Rodríguez

ARTE

Nicolás Sánchez, Alfalfa, inaugura muestra en el Zorrilla.

Cualquier peatón atento al muralismo callejero podría reconocer una obra de Alfalfa, siempre con seres acuáticos como protagonistas; pero muy pocos asociarían estos dibujos con el rostro de su autor ni con su verdadero nombre: Nicolás Sánchez. La exposición que comienza este jueves en el Museo Zorrilla y va hasta el 16 de noviembre es una chance de reunir a este artista con su obra, una instancia poco común cuando se trata de arte urbano. Sobre las paredes blanquísimas del museo, Alfalfa proyecta un boceto —que en realidad es un collage— y marca con lápiz los trazos que luego serán modificados por una pintura negra. En medio de una jornada de trabajo, respondió preguntas sobre su carrera y cómo esta ha ido cambiando.

—Nació en Venezuela pero en 2005 se mudó a Montevideo, ¿por qué?

—Mis padres son uruguayos, se fueron exiliados en 1978. Y yo, a pesar de que nací y crecí allá, siempre me sentí más uruguayo que venezolano, así que cuando surgió el momento de decidir qué estudiar, elegí venir a hacer Bellas Artes acá.

—¿El gusto por el dibujo empezó en Venezuela?

—Sí, desde muy niño: a los siete años ya hacía esbozos y desde los nueve ya dibujaba personajes; así que vengo haciendo lo mismo hace 25 años.

—Sus creaciones son seres acuáticos. ¿Cuál es su origen?

—Es algo más o menos autobiográfico, porque tengo un interés particular por los peces. Nací en una ciudad costera, no podría vivir sin el mar, me gusta mucho nadar, me identifico con los peces: yo me siento un pez. Toda esa cuestión morfológica de las sirenas, que tienen parte de pez y parte de humano, me genera mucha curiosidad, es el eje de mi interés como artista.

Nicolás Sánchez, Alfalfa
Nicolás Sánchez, Alfalfa. Foto: Archivo El País

—¿Por qué se decidió por el arte callejero?

—Cuando llegué a Uruguay no pasaba nada, pero sí había una movida en Argentina. Acá solo había graffitis, no había otras manifestaciones de carácter pictórico artístico en la calle, y vi que había un lugar por ocupar, y a mí siempre me atrajo la idea de empezar a hacer algo por primera vez en los lugares donde nunca se había hecho.

—¿Qué lo impulsó?

—La movida argentina del muralismo que arrancó por el 2007, 2008. Me daba curiosidad el graffitti porque yo dibujaba pero nunca me hubiera imaginado dibujando en la calle.

—¿Cómo se lidia con el carácter efímero de estas obras? En cualquier momento pueden ser tapadas o manchadas.

—La mayoría de las obras están intactas, porque acá es bastante pequeño el círculo. Lo más peligroso son las pintadas políticas y las de fútbol. Pero entre grafiteros no nos manchamos por una especie de código, porque nos conocemos, sabemos que para hacer esto hay que pagarse uno mismo los materiales, entonces no nos tapamos por respeto.

—¿Vuelve a visitarlas?

—Durante un tiempo sí. Cuando vivía en Ciudad Vieja pinté mucho en el barrio y ahí sí estaba más pendiente pero porque estaba más interesado en lo que yo mismo estaba haciendo como obra. Luego me di cuenta de que con el paso del tiempo dejó de gustarme lo que había hecho antes, entonces no hago esos seguimientos.

—La obra que está pintando en el Museo Zorrilla tiene como boceto un collage, ¿es la técnica habitual?

—Depende. Antes dibujaba de la nada, ahora lo que hago es buscar referencias o me baso mucho en grabados antiguos para observar la morfología de animales o peces. Primero armo una carpeta de referencias, desde dibujos hasta obras ajenas o fotos. A veces les pido a fotógrafos amigos que me ayuden a tomar fotos de algunas personas con determinada iluminación, o que me tomen fotos de partes de mi cuerpo. A partir de eso armo en Photoshop una especie de Frankenstein con partes de papel con fotos, partes mías, partes dibujadas. Es una referencia, ese es su único valor. Luego, con las líneas, lo homogenizo.

—¿Quiénes lo contratan?

—Muchas empresas de software, pinté muchos hostels, algunas habitaciones de hotel y muchas casas particulares. Y también he pintado murales para escenografías de publicidad o de películas, o pinto en vivo para estas escenas.

—¿Qué tiempo de vida cree que tiene una de sus obras?

—Pueden ser dos meses o 10 años. Siempre termina caducando. Así que mi relación con mi arte es fluida, porque su propio concepto es ese: existir para desaparecer.

Nicolás Sánchez, Alfalfa
Obra de Nicolás Sánchez, Alfalfa. Foto: Difusión
LA MUESTRA

Blanco y negro en el museo

“Estoy haciendo un proceso de vuelta al blanco y negro, que son los colores que usé en mi infancia y en mi adolescencia. Tiene que ver con que me interesa concentrarme en el trabajo de las líneas, los anchos, por ejemplo, y si quiero poner el foco ahí quitar los colores es reducir la información que distrae”, cuenta Sánchez previo a la inauguración de la muestra. Árbol genealógico de sirénidos posibles e imposibles se llama la exposición, que da comienzo el jueves y se queda en el Museo Zorrilla hasta el 18 de noviembre. Se puede visitar de lunes a sábados de 14.00 a 19.00.

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