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"La novela la escribí en moto"

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Juan Estévez. Foto: Fernando Ponzetto

El último Premio Nacional de Literatura del Ministerio de Educación y Cultura escapa a cualquier estereotipo que se tenga sobre un escritor. Tiene 60 años, vive en Villa Soriano y es un motoquero de pura cepa con chaleco de cuero incluido.

Entusiasmo sublime es, además, su primera novela después de una vida que lo llevó a trabajar en la construcción, ser periodista, escultor, y hoy vender pastas (las de su esposa, Patricia, quien, dice Estévez, hace "los mejores sorrentinos del mundo") y en incontables viajes en moto, desde aquella primera y "prepotente" Honda 50 de cinco cambios, hasta una Kawasaki 900 de 300 kilos que ahora tiene guardada después de un accidente que lo obliga a andar en una más prudente Suzuki 125. Estévez que es campechano y hablador, está sorprendido por el premio y dice que aún no cae con la noticia de que es un autor premiado: cuando se enteró se puso a llorar junto a su esposa con quien aún, dice, no lo asumen del todo. "Ha sido muy intenso", dice sobre la exposición pública que siguió al premio.

Entusiasmo sublime (Estuario, 350 pesos) la novela premiada, es un relato ubicado a mediados de la década de 1970 y en varias ciudades: Fray Bentos, Mercedes, Gualeguaychú y Buenos Aires. Allí, en un ambiente marginal, algún personaje intenta combatir la dictadura en una cruzada que ya está anunciada en el título del libro tomado de una estrofa del himno nacional.

El libro se presenta hoy en Kalima (Durazno 1952) a las 19:30 con la participación de los escritores Henry Trujillo y Pablo Silva Olazábal.

—¿Se tenía fe cuando presentó Entusiasmo sublime a los premios nacionales de literatura?

—Sería hipócrita decir que uno participa sin expectativa. Le tenía fe al valor de la obra pero de ahí a ganar, no sé.

—¿Cómo se enteró del premio?

—Ahí hay una curiosidad. El 8 de diciembre me llaman del ministerio y me dicen que es por la premiación y yo dije "bien, saqué una mencioncita". Y no, me dicen que era por el primer premio: me caí de espaldas. Y pregunto: "¿Quién habla?", y me contestan: "Hugo Fontana". Eso fue el summum porque era un autor que yo había leído, que es muy respetado y me lo comunicaba él justo el día de mi cumpleaños número 60. Para mí fue explosivo. Estaba con mi señora y nos apoyamos para no irnos al piso. Y lloramos. Somos muy emotivos. Todavía no caemos.

—¿Cómo llegó al tema?

—A mí siempre me pareció que la historia se había contado muy parcialmente desde dos ángulos (la izquierda y el poder dictatorial) pero no se había tomado en cuenta la palabra de los del medio, los que no tenían nada que ver, a los que no les iba ni les venía la historia de la dictadura. Y dentro de ese anonimato hubo gente que no toleró la falta de libertad y se resistió de alguna manera. Abundan historias anónimas de ese tipo. Algunas me tocó verlas y otras vivirlas.

—Esa etapa la pasó en Soriano.

—En realidad estuve un poco en todos esos lugares donde transcurre la novela. Mi vida desde los 15 años ha sido andar. Vengo de una pobreza muy grande (pobreza, no miseria) donde todo ha costado y cuesta y me interesaba retratar desde ese ángulo. En general las historias son contadas desde la clase media o con la clase media metida porque han sido los que han manejado el asunto. La pobreza, generalmente, no ha estado reflejada en la historia.

—Y usted quería contar desde allí.

—Sí, la viví y la quiero contar. Por ejemplo, cuando uno pasa hambre, no se da cuenta que pasa hambre hasta que no come y cuando come ahí empieza sentir el hambre porque duele. Y para saber eso hay que pasar hambre. Algunos podrán abstraerse y lograr un acercamiento, pero hay que vivirlo. Y también para no caer en la delación fácil, en el lumpenismo. Hay que saber por qué se es lumpen. Ver a la pobreza como un pecado no está bueno.

—¿Y eso pasa?

—Sí, claro. No se la entiende.

—¿Cómo llegó a la escritura?

—En 1989 cuando gané un concurso departamental de fotografía. Me dijeron que me presentara en el diario Crónicas. Llegué y me asignaron una nota sobre un vendaval en un camping y me dieron la cámara y un grabador. No sabía escribir a máquina, así que la desgrabé a lápiz y me la pasó mi esposa que sí sabía dactilografía. Y ahí empecé. Y de ahí en adelante me dediqué a escribir reportajes y alguna crónica. Tenía que llenar una página por día, así que cuando quise elegir 40 reportajes para un libro que se llamó Vecinos, me costó muchísimo.

—Ese oficio de la crónica y el reportaje se ve en su literatura.

—Creo que sí. La novela a veces parece muy descriptiva...

—Eso queda bien claro en el primer párrafo donde se describe el cruce al puente Paysandú-Colón con banda de sonido de Emerson Lake & Palmer. ¿Eso lo vivió usted?

—Sí. Obviamente hay cosas que las viví y las transcribí.

—¿Es memorioso?

—Sí, por lo menos para algunas cosas. En la vida real soy un despistado de la gran siete, pero para esas cosas sí.

—Hay una relación entre su literatura y la de Gustavo Espinosa. ¿Se siente cercano a él?

—Debería avergonzarme de que a Espinosa lo leí después que escribí la novela. No lo conocía, había leído sí a Mario Delgado Aparaín. Después leyendo Las arañas de Marte lo busqué porque me sentí identificado. Le pasé la novela y ha sido muy generoso en su juicio y me ha dado para adelante.

—La novela no es autobiográfica pero hay mucha vivencia suya y de su tiempo. ¿Pensó en algún destinatario cuando la escribía?

—La escribí para mis hijos (tiene tres: de 28, 24 y 23 años) y quería que la leyeran ellos para que vieran esa época y lo que vivió el viejo. Con eso me alcanzaba. Luego se transformó en una novela, pero mi intención era publicarla en capítulos en el Facebook.

—La novela está llena de música...

—Mucha música. Y hay de todo: Los Olimareños, Los Wawancó, Emerson Lake & Palmer. Y la idea es que la gente si la puede recrear le ambiente la historia.

—¿Y cuál es su banda favorita?

—Led Zeppelin, inclusive ahora estoy escuchándolos (muestra los auriculares).

—Anda en moto, ¿qué le aporta la moto a su literatura?

—No tengo ninguna motricidad, pero en la moto uso todo el cuerpo y además consigo algo que no puedo lograr en ningún otro lugar: meditar.

—Esta novela la escribió en una moto, entonces.

—Sí. La escribí en la cabeza andando en moto. Y cuando estaba medio pachucho, agarraba la moto y ahí me surgía algo.

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Juan Estévez. Foto: Fernando Ponzetto

JUAN ESTÉVEZ

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