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“Me siento descendiente del imperio”

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Piero Gamba

entrevista a Piero Gamba

El director de orquesta italiano se prepara para cerrar la temporada de la Ossodre en el Teatro de Verano

Es italiano, vive en Nueva York, es director ad honorem de la Orquesta Sinfónica del Sodre, y uno de los directores de orquesta más queridos del público uruguayo. Piero Gamba se prepara para una nueva presentación en Uruguay, y lo hará con una obra que es un desafío y un sueño para todo director: la Novena Sinfonía de Beethoven.

La cita es el viernes 15 de diciembre a las 20.30 en el Teatro de Verano, y el maestro tocará junto a la Ossodre, en ese concierto que cierra la temporada 2017, con más de 140 artistas en escena. La velada busca conjugar un escenario popular y un programa selecto. Entradas en Tickantel, a de $ 300 a $ 150.

-Usted fue director de la Ossodre en su momento. ¿Cómo ve a la orquesta hoy?

-Bueno, problemas los hubo siempre, los hay en toda institución, pero nada terriblemente grave. Ahora parece que hay nuevos problemas, pero se resuelven.

-¿Las orquestas de América Latina están muy por debajo de las de Europa y Estados Unidos?

-Muy por debajo no, pero indudablemente las europeas y las estadounidenses tienen más tradición, y eventualmente en algunos lugares mucho más dinero.

-¿Conserva el pasaporte uruguayo que le entregó Luis Batlle Berres?

-Claro que sí. Yo he actuado en 36 países, pero solo un presidente me dio el pasaporte de su país, y ese fue Batlle Berres. Tengo fotos en mis álbumes, con él y sus hijos, con Luisito, y con Jorge, recientemente fallecido. Fueron momento gloriosos, únicos. Me acuerdo que hice 12 conciertos en un mes. En ese entonces falleció el maestro Eduardo Fabini, y mi padre en uno de mis conciertos dijo unas palabras al público al respecto. Pero ese momento de tristeza tuvo otro de alegría, con la victoria futbolística uruguaya de 1950.

-¿Usted vive en Nueva York, qué le ofrece esa ciudad?

-Sí, es una ciudad única, por las personas que la habitan, por la potencia que tiene. Por todo lo que ofrece, es francamente única en su género. Aunque otras ciudades, como Atenas, son también únicas en su estilo. O también Florencia. Bueno, si empezamos a comparar Estados Unidos con Italia, o España, quizá la balanza caiga para el lado de la vieja Europa. Por otro lado, yo vivo en Manhattan, y este año, durante tres meses, estuve sin teléfono ni Internet, porque hubo una inundación en una gran central digital. Así que el corazón de la capital del mundo, la zona donde vivo, estuvo tres meses sin Internet.

-¿Y usted de italiano qué tiene?

-Espero que el acento, aún. Pero la disciplina mía no es italiana: es disciplina. Pero le voy a contar una cosa: yo luego de haber estado en el exterior 20 años, volví a Italia, y me sentí totalmente fuera de mi mundo. El tránsito, el modo en que la gente se trataba: y me dije que esa no era la Italia que yo había dejado. Indudablemente no es el mundo del cual vengo.

-¿Y de romano qué siente que usted tiene?

-Yo me siento descendiente del imperio, modestia aparte.

-¿Cómo fue trabajar junto a una figura como Luciano Pavarotti?

-Sí, hicimos conciertos, y discos en Londres: grabamos 17 obras juntos, con la Orquesta Filarmonía, que es el summum de las orquestas británicas. Lógicamente fue un gigante en lo suyo. Comparto las palabras de un crítico del New York Times, que dijo que los críticos habían elegido a Plácido Domingo como el rey de los tenores. Pero el público optó por Pavarotti.

-¿Qué compositores uruguayos le han interesado especialmente?

-El que más he dirigido es Eduardo Fabini, sobre todo acá en Uruguay. Hice La isla de los ceibos, y con más pasión aun, porque toca más mi sensibilidad, Campo. Y yo dejé en el Sodre mis anotaciones en la partitura orquestal, sobre cómo puede ser el uso de los arcos. Y cuando la tocamos de ese modo, la crítica notó esa diferencia. Yo no le toqué ni una nota, pero en las partes de los violines y todos los instrumentos que se tocan con arco, marqué cuándo el arco se toca para arriba o para abajo. Porque si usted le da a un violinista una partitura, él toca el arco como le parece. Y otro violinista lo toca de un modo diferente. Pero hay que buscar siempre el mejor modo.

-¿Su condición de niño prodigio, se debió a su capacidad de concentración que tenía?

-No, más que nada fue la facilidad. No recuerdo haber realizado grandes esfuerzos de concentración siendo niño. Todo me resultó extremadamente fácil. La 5° Sinfonía de Beethoven, me la aprendí en dos días, trabajando media hora cada día. Al tercer día ya la sabía de memoria. Ojalá tuviera yo hoy esa facilidad.

-En los años 40 usted se convirtió en ejemplo para miles de familias...

-Sí, sigo escuchando gente que me dice que gracias a mí, lo mandaron a aprender música, y luego lo disfrutaron toda la vida. ¡Y otra gente me dice que por mi culpa los hicieron estudiar! Hay de todo. Estamos hablando de los años 40: cuando empecé mi carrera el mundo era bien diferente. En las calles había muchos menos coches. Y que un chico de nueve años pudiera dirigir, con conocimiento profundo, fue una noticia explosiva. Desgraciadamente, eso generó que una serie de niños tomaran ese camino. Porque sus padres pensaban que si lo hace Pierino, mi hijo lo puede hacer. Y les dejaron el pelo largo, para que lucieran una cabellera abundante. Pero esos chicos tuvieron la misma suerte que Sansón luego que le cortaron la melena.

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