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La complicidad de las canciones

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Sabina. Foto: Ariel Colmegna

SABINA

Una charla con el español que manaña actúa en la Olímpica del Estadio Centenario

Sabina. Foto: Ariel Colmegna
Sabina. Foto: Ariel Colmegna

"Soy un cantor con sombrero”, le dice Joaquín Sabina a los fotógrafos. Así que accede a sacarse los lentes espejados pero no el sombrero de paja que, coqueto, mantendrá durante toda la charla con un grupo de medios uruguayos, entre ellos El País.

Vestido con una chaquetita de cuero, remera azul y unos pantalones que parecen chupines, Sabina, en persona, es más esmirriado de lo que uno lo imagina. Es simpático y profesional y saluda con cortesía antes de encabezar la mesa con un liso de cerveza que en ese mediodía tan caluroso, se ve verdaderamente envidiable. Comentada la injusticia, Sabina amaga a pagar la vuelta pero se queda en amenazas.

Sabina está en Montevideo para presentarse mañana en el Estadio Centenario, una escala de su gira Lo niego todo que acompaña al disco del mismo nombre que, de paso, es otro gran disco de los tantos que ha editado. Y será una certificación del amor que Uruguay le tiene a este español de 68 años, miles de noches y decenas de éxitos.

“No recuerdo muy bien la primera vez que vine a Uruguay”, empieza diciendo Sabina. “Sí recuerdo que tuve un guía maravilloso por los bajos fondos que fue Darnauchans. Fue encantador y me metió en todos los boliches de cuyos nombres no me acuerdo. Acabamos a las 12 del mediodía, se quedó a dormir en el hotel e hicimos una gran amistad”,

Desde entonces no ha parado de venir, incluyendo los seis Auditorios Adela Reta cuando presentó su gira aniversario del disco 19 días y 500 noches. Acá tiene muchos fanáticos, aunque prefiere llamarlos cómplices.

“Mi relación con el Río de la Plata es muy especial”, dice. “En Argentina es impresionante y en Uruguay casi que me gusta más porque la relación es buenísima pero sin la histeria argentina”. A todos le debe decir lo mismo.

Lo niego todo es un disco de rock and roll -aunque incluya música mexicana, un reggae y otros ritmos propios del cantautor-, en el que Sabina repasa su vida y, en el tema que da nombre al disco, se burla del mito que se construyó a su alrededor.

“‘Lo niego todo’ es una parodia de la parodia que me creó cierta prensa”, dice. “Es probable que yo contribuyera a esa caricatura de tipo que va con una botella de whisky en el bolsillo, un canuto y mirándole el culo a las putas. Es una caricatura muy excesiva pero yo nunca me escondí, siempre andaba en la noche, escribiendo en los bares. Pero eso se acabó hace 20 años no por voluntad mía, sino que en la medida que fui más conocido ya no pude escribir en los bares con tranquilidad, ni mirarle el culo a las chicas sin que se volvieran ellas”.

El disco también incluye una historia de juventud de los tiempos en que San Petersburgo se llamaba Leningrado (la canción se llama precisamente “Leningrado” y “es la que más me gusta del disco porque es la que más me costó escribir”) y un reggae juguetón, “Quiero salir de aquí”.

Sabina: Lo niego todo
Videoclip de "Lo niego todo" de Joaquín Sabina

“A mi gustaba mucho el reggae porque cuando estaba en Londres, empezaba el reggae y había una discoteca absolutamente negra en Portobello en la que solo se oía reggae”, dice. “Me parecía absolutamente tribal”.

Sabina vivió en la capital inglesa entre 1968 y 1976. “El exilio en Londres me dejó pasar de la canción de autor y escuchar a Bob Dylan y los Rolling Stones y poner una pierna en el rock and roll. En estos tiempos se pueden hacer cosas que no sean rock and roll (Serrat, por ejemplo), lo que no se debe es escribir canciones sin saber que existe el cauce del rock and roll”.

Aunque no ha parado de sacar discos, Lo niego todo parece encontrarlo en su mejor forma en muchos años.

“Lo que pasó es que en los últimos años me junté más con poetas que con músicos”, dice, “y mis canciones de los últimos discos se literaturalizaron demasiado y me alejaron un poco del público de la canción”.

Parte de ese acercamiento al formato que lo hizo importante, lo llevó a “buscar una inspiración de afuera y de otra generación”. El elegido fue Leiva, un cantautor español nacido en 1980 y de fama con el grupo Pereza. Fue “un motor para escribir canciones y volver a tener esa excitación que es hacer un disco poniendo el alma”.

Con una carrera (prefiere llamarlo “oficio”) larga y prolífica y una obra tan fuerte, cada nuevo disco representa un desafío.

“Mi desafío es que cuando, al día siguiente lea lo que hice, no me de vergüenza, cosa que me pasa a menudo”, dice. “Soy muy muy muy muy muy autocrítico y además tengo tantas canciones por detrás y hay cuatro o cinco que me gustan tanto que lo que hago lo pongo a esa altura y siempre digo ‘nunca más voy a escribir una canción como esa’”.

Y, además hay que tener ganas de ponerse a escribir todos los días, dice, “lo que no es mi caso. Escribo cuando llega esa puta que se llama inspiración y que siempre está con Serrat en lugar de conmigo”.

Sabina convive y de ahí ese Lo niego todo, con ese personaje de errante bohemio que todos vemos y que, en persona, es menos exagerado pero igual está ahí.“Te aseguro que no tengo nada que ver con ese tipejo, que ando solo con mis amigos, que no se habla de mis canciones y que hago un esfuerzo sobrehumano para llevar una vida razonablemente normal. Aunque un poco aislado”.

Eso no de no estar en los bares por las noches, uno de los protocolos de su nuevo normalidad, confiesa, lo lleva “fatal”. Y cuando apura otro trago de esa cerveza fría, uno llega a entenderlo.

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