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Beck, un camaleón con ganas de bailar

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Beck en vivo en 2013

MÚSICA

Polifacético como pocos músicos de su generación, el californiano estrenó nuevo disco

Un hombre aparece en un animación vestido con un elegante traje blanco y un sombrero que hace juego. La figura gira sobre sí misma durante unos segundos y el ciclo vuelve a empezar. Delante de él, varias letras gordas forman la palabra “DREAMS” (sueños). Arriba del dibujo animado se leen dos palabras más: “Uruguay. Dreams”.

El video fue publicado el 15 de junio de 2015 en Facebook por el músico estadounidense Beck Hansen, más conocido como Beck. El artista, quien está dentro del traje blanco, lo subió como promoción de un adelanto su decimotercero álbum de estudio Colors, publicado en octubre de este año.

La mención a Uruguay, país donde Beck tocó en noviembre de 2013, se mantiene como un misterio hasta el día de hoy. Más allá de las preguntas que generó (¿Querrá volver al país? ¿Disfrutó de presentarse en el Teatro Metro? ¿Le gustó tomarse una en La Ronda?), el guiño sirve para reflejar un aspecto que siempre ha rodeado a Beck y su música: la capacidad de sorprender.

Esa virtud se debe un factor. Beck surgió de la escena alternativa rockera de Los Ángeles de la década de 1990 como un músico inquieto, incapaz de contraer matrimonio con un solo género. Dicho de una forma más mundana, si Beck fuera un electrodoméstico, sería una licuadora. Una que prepara tragos complejos y disfrutables.

Uno de sus primeros y más populares cocktails es “Loser”, canción que abre su álbum Mellow Gold de 1994. Con el Beck debutó en la industria discográfica (ya había grabado dos discos de forma independiente).

En la “Loser” un riff de guitarras country con un toque hindú se repite sobre unas bases de batería del hip hop. Arriba de ello, el rapeo de un joven flaco y rubio acepta (cantando en inglés y en español) una cruel verdad: su condición de fracasado. “Soy un perdedor. Soy un perdedor baby, ¿por qué no me matás?”

Beck se apoderó así e de un sentimiento de la cultura slacker estadounidense y sus miles de adultos egresados de la universidad con el afán de postergar su juventud y sin una ambición clara por progresar. Su música rápidamente se propagó entre los oídos de los seguidores de la señal MTV y lo consolidó como un artista popular con sonido irónicamente en la dirección opuesta: lo anticomercial.

Su afán por combinar géneros como el folk y el hip hop, sin embargo, encontraron un público amplio y le dieron reconocimiento dentro de la industria.

Con el sucesor oficial de Mellow Gold, Odelay (1996) Beck fue tachando casilleros en el juego musical del éxito. Ganó premios Grammy y tuvo canciones en el ranking de Billboard.

Sobre todo, Odelay adelantó el primero de varios saltos que Beck daría en cada nuevo disco, siempre diferente al anterior. El período entre 1998 y 1999 con sus discos Mutations y Midnite Vultures sumaron la bossa nova, la psicodelia, el soul y el country a sus canciones, escritas por un lector ávido de la enciclopedia musical capaz de experimentar con el género que quisiera a su gusto y, en el proceso, divertise.

El espíritu lúdico de Beck siempre fue mejor reflejado en vivo. En sus presentaciones el californiano fue entrenándose como un verdadero maestro de ceremonias cuya estatura (1, 70 metros) no atenta contra una presencia grandilocuente sobre un escenario. Beck es tan capaz e bailar y destrozar una guitarra con un solo radical o adueñarse un micrófono con un falsete envidiable (prueba de ello es cualquier presentación de “Debra” disponible en YouTube).

Sin embargo, como cantautor también dejo en claro que no todo es diversión. Dejando de lado una carrera paralela en la que experimentó con discos independientes más oscuros, es imposible no destacar su álbum Sea Change (2002) como uno de los puntos más altos de su discografía.

Ese disco, producido por el aliado de Radiohead Nigel Godrich, es considerado uno de las mejores obras musicales sobre rupturas amorosas, a la par de Blood on the Tracks de Bob Dylan y Rumours de Fleetwood Mac. El rostro intervenido por colores del músico, estampado sobre un fondo rosado, se volvió el póster del desamor del principio de esa década y hasta hoy es difícil sentir un corazón tan dolido como el que músico transmite en la canción “Lost Cause”.

Para la alegría de los oídos menos preparados para las emociones reales, de Sea Change en adelante el optimismo retornó a su música. De hecho, Beck volvió a tomar el rumbo experimental que parecía dominar el inicio de su carrera. Dos ejemplos notables son un “club de versiones” que Beck hizo con colegas para grabar canciones de The Velver Underground y Leonard Cohen, o su “álbum” Song Reader, compuesto por 20 partituras que el músico jamás publicó como música grabada por él mismo.

Este año Beck -quien ya tiene 47 años y es padre de dos hijos- publicó Colors, su álbum más alegre y pop a la fecha. En la promoción del álbum, el músico ha sido explícito en su intención de hacer canciones felices, pese a que sus letras pueden esconder temáticas menos edulcoradas.

Con Colors Beck suma entonces una nueva opción a su carta ecléctica y compleja, dos términos que ayudar a resumir a un artista que, afortunadamente, no encontró un límite para su experimentación.

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