La rubia publicó un video en su Instagram sobre su ostentosa vida.

Solo Wanda es capaz de despertarme del olvido en que he dejado esta columna que inauguré hace ya unos cuantos años y que he dejado en manos de excelentes plumas.

Pero ayer cuando vi a Wanda Nara grabando con su teléfono a su esposo, Mauro Icardi, a quien se lo ve distendido dentro de una camioneta Hummer dorada, escuchando música tropical tradicional y concentrado en un video juego que, como no podía ser de otra manera, es de jugar al fútbol.

Y pensé, entonces, en la vida familiar de la chica de las Nara. Y en cómo, a veces, predicar con el ejemplo es una responsabilidad para la que no todos dan con la talla.

No es para extrañarse —además de entender que están en derecho de hacer con su vida lo que se les antoje— ya que Nara, aun en tiempos de Maxi López, nunca mostró ese pudor imprescindible para no caer en eso de exhibir el lujo propio, que es algo que queda tan feo.

Hace unos años se la vio alardeando fortuna con una señora limpiándole los platos atrás, lo que quizás hubiera sido un concepto artístico interesante pero que no era el caso. Y cualquiera que haya tenido tiempo para seguirle la carrera (que empezó haciéndose pasar por virgen, a pesar de evidencias sobradas en contrario) sabe que mostrarse en público ha sido, siempre, una de las fortalezas de la hija de Andrés Nara.

Wanda es esa clase de chica. Una adolescente viviendo la fantasía de Barbie y de la que todos somos espectadores y, en el fondo y en el frente, cómplices de un estrellato tan fulminante

Lo increíble, encima, es que en Instagram —que es donde mostró su auto, su esposo, su modo de vida— Wanda tiene 1,7 millones de seguidores, y ese momento doméstico tuviera ayer a la mañana, casi 380.000 reproducciones.

Es un mal síntoma, como lo es, quizás que estemos dedicando una columna hablar de esto. Mal yo.

RUBEN ROUBEN

COLUMNA FARANDULERARUBEN ROUBEN