Crítica
Dominique Abel y Fiona Gordon escriben, dirigen y protagonizan esta comedia francesa
Sencilla y encantadora son dos buenos atributos de esta Perdidos en París de Dominique Abel y Fiona Gordon. Suelen ser dos buenos atributos en cualquier orden de la vida pero resumen bien las intenciones de una película que apela a la danza (incluyendo una increíble coreografía tanguera) y a los recursos del cine mudo para una historia pequeñita.
Tan pequeñita como que es apenas la odisea de Fiona (la propia Gordon), una bibliotecaria canadiense que va a París a ayudar a su tía Martha (Emmanuelle Riva, en una de sus últimas películas). Allí se cruza con Dom (Abel, el otro director), un pordiosero. Ella es un poco ida con su enorme mochila, su peinado y su aire de historieta; él, un loco lindo, un buscavidas callejero por derecho propio.
Gordon y Abel ya habían dejado claro cuál es el universo de su cine con Rumba la que también era así de alocada y fresca. Él es belga y ella canadiense en Australia y se les nota vienen del circo; son pareja hace más de 30 años.
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Perdidos en París recurre a todas las influencias de estos dos artistas: hay números circenses, pantomimas, escenas de cine mudo (la referencia a Buster Keaton parece la más evidente, con ese andar por la vida a su propia velocidad crucero) y un par de chistes de golpe y porrazo. Hay también un aire de Amelie aunque acá se apela más a la magia de un cine no tan moderno, con el encanto de lo primitivo de un número de vaudevil frente a una cámara. Ese fue el primer recurso del cine.
Todo eso en una película que es todo lo contrario del cine de hoy: ante tanta saturación de tontería tecnológica, Perdidos en París es un remanso analógico. La sorpresa se pierde un poco en la segunda mitad pero a esa altura habrá que ser muy duro para no haberse dejado maravillar.