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"El argentino es muy peleador"

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Claudio María Domínguez. Foto: Ricardo Figueredo
Nota a Claudio María Domínguez, escritor argentino, Pta. del Este, 20170209, foto Ricardo Figueredo, Maldonado
Archivo El País

El popular escritor y conductor argentino publicó sus memorias.

Escribió un par de horas por día, y en un mes tuvo prontas sus memorias. Divididas en 47 capítulos, en ellos pasa por muchos de los episodios que lo convirtieron en una persona muy conocida, arrancando con el programa Odol Pregunta, cuando siendo un niño impresionó a los argentinos con sus conocimientos de literatura griega. En poco tiempo Por qué cambié mi vida se ubicó entre los libros más vendidos.

Hoy para muchos argentinos sigue siendo el chico de Odol Pregunta, aunque su carrera haya transitado por el mundo editorial, el periodismo y la conducción en radio y televisión. "Yo siempre divido al público: cuando voy a dar una charla y entro a una sala llena, pido que levanten la mano los que me recuerdan de Odol. Eso fue algo que ya acompaña mi historia, una hermosa carta de presentación. Eso me modificó para toda la vida. Y el precio que se paga es la no intimidad", cuenta a El País Domínguez, quien habla con palabras suaves y largas respuestas.

"Con el tiempo, al crecer, trabajé mucho en periodismo, que es otra de las partes fuertes del libro. Y dejé de ser el chico de Odol, de carita gordita y dientes separados, para viajar por el mundo, y hacer notas a Gabriel García Márquez, Paul McCartney, Meryl Streep, Bob Fosse, Frank Sinatra. Fue una época sublime, que me duró hasta los 30 años. Y ahí hice un quiebre, había algo que faltaba, aunque tenía todo, familia, viajes. Me dije a mí mismo, basta de cultura, basta de museos. Y me propuse entrevistar a grandes maestros espirituales: el papa Juan Pablo II, Sathya Sai Baba, Madre Teresa de Calcuta. Y dejé todo lo que era cultura, ficciones (que he escrito muchas), para volcarme a todo lo relacionado con que la gente vea que es mucho más simple ser feliz de una vez por todas", sintetiza al repasar el contenido del nuevo libro.

—¿Cuántos millones de libros llevás vendidos?

—Eso hay que explicarlo bien para no quedar como un soberbio. En primer lugar, si vendiera mil libros y le sirviera a alguien, estoy hecho de gratitud. Libros en sí, debo de haber vendido 500 mil, a través de 17 títulos. Cuando ponen cuatro millones de libros vendidos tiene que ver con que la revista Gente me pidió un libro por semana. Libros de 75 páginas. Fue un boom: terminé publicando durante un año un libro por semana. O sea que no mienten cuando dicen esas cifras, pero fue por eso.

—Y por las redes sociales también tenés un tránsito enorme de visitantes.

—Eso para mí fue todo un aprendizaje. De golpe me abrieron una cuenta en Facebook, y pronto llegué a ver que despertaba una adhesión enorme. Y me explicaron que eran un capital enorme. En esta semana accedí a tres millones de personas. Me dicen que yo, hablando de amor, meto más clicks que los decapitados o un tsunami, o el odio político. Para mí es muy lindo: ves que hay una cofradía de gente que está buscando un cambio de vida.

—¿En el terreno editorial percibís envidia?

—No es el ambiente en que me muevo. Yo entrego un libro por año, y luego voy a la Feria del Libro de Buenos Aires, que para mí es la central, y luego a otras diez, de cien que me invitan. Lo que después otros autores puedan sentir o pensar, corre por cuenta del ego de cada uno de ellos. Lo noto (sin dar nombres), cuando voy, por ejemplo, a un almuerzo de Mirtha Legrand.

—¿Y ese éxito sentís que despierta también celos de otras figuras mediáticas?

—Mirá, conmigo son muy amorosos todos los mediáticos importantes. Fijate que he ido como a 40 almuerzos de Mirtha, desde la época de Odol. Con ellos hay como una empatía. El mismo domingo que salió este libro, me saca una nota Clarín, Mirtha Legrand al mediodía, y Susana a la noche. Y al otro día se agotó la primera edición. Todos me quieren bien, pero los de los programas de chimentos no: ellos hacen su caldo. Y eso me lo anticipó Beto Casella, que me quiere mucho, y es muy pícaro, callejero. Me dijo que me iban a pelear porque les daba rating. Que tenía que controlar mi calentura y no contestar. Yo soy leonino, peleador, y antes contestaba. Pero uno aprende.

—¿Qué te parece que representa para la gente todos esos personajes de la farándula argentina? ¿Qué proyectan en ellos?

—Yo soy el peor para responder a esa pregunta. Porque no tenemos televisión desde hace 15 o 20 años. Mis nenas ven películas en Netflix, pero no tenemos televisión ni cable. No escucho radio, salvo en los taxis. Sé de todo porque leo. Pero jamás regalaría un rato de mi energía en ponerme a ver opiniones de la farándula, con la que no me reconozco en nada.

—¿Cómo era la televisión cuando tú empezaste, en relación con la actual?

—En aquella se premiaba la cultura. Ahora es todo el chimento berreta, el odio. En aquella época había todo un respeto: empezaban recién los programas de espectáculos, Lucho Avilés. Había una cierta ironía, no el odio galopante. O la estupidez que quién anda con quién. Pero mientras haya gente que consuma eso, van a seguir existiendo. Cada uno es cómplice de la televisión que ve, o que tiene. Antes había ficciones de gran vuelo temático. Ahora hay excelentes producciones técnicas, pero nada de contenido, más allá del mero entretenimiento.

—¿Cómo ves a los argentinos hoy?

—Divididos, siempre divididos. Es un país que adoro porque me dio todo y me lo sigue dando. Me dio mi trabajo: mi modus vivendi se desarrolla gracias a que de los 50 millones de argentinos, muchos eligieron saber que existía esto, la espiritualidad práctica. Y de la noche a la mañana me convirtieron en un boom masivo. Y yo adoro recorrer cada pueblo, y ver que en una localidad chiquita se llena un teatro. Pero no dejo de ver que hay una división mental, que el argentino es totalmente pasional, expresivo, expansivo, muy peleador, muy quilombero. Entonces, cuando ama, ama. Pero cuando odia, odia. Se revientan, y después, cuando hay inundaciones, ayudan todos. Pero es muy duro estar con todas estas divisiones permanentes de la política, que han quitado hasta la armonía dentro de los hogares, con sus integrantes enfrentados. Podés no coincidir, pero no hay razón para enfermarse detestando, odiando.

—Pasando a tu nuevo libro, ¿es un libro de memorias con elementos de espiritualidad?

—Mirá. Un día me cae esta gente de Planeta, y me piden mis memorias. Y yo les dije que no estaba gagá, que tenía para 20 años útiles más. Y el editor me dijo que me seguía en mis programas, y que cada uno de mis relatos podía ser un capítulo. Me dijo que si hacía eso, podíamos tener el libro del año. Y yo les propuse que me iba a encerrar un fin de semana a escribir lo que brotara. Que si sentía que podía reír y emocionarme escribiendo mi historia, lo podía hacer. Y además en cada capítulo metiendo elementos para que la gente salga del miedo, de la culpa, de la ira. Que no sea solo un relato biográfico, sino que genere una proyección.

—¿En qué otros proyectos estás?

—Ya firmé con Planeta por seis libros más. Cada tres meses vamos a sacar libros pequeños. No tan chicos como aquellos de la revista Gente, pero sí libros como de bolsillo, de unas 150 páginas. Y en cada uno voy a abordar uno de los temas que la gente más pide. Hice una compulsa por Facebook, y saltó que el tema número uno era el perdón. Tema dos, el miedo a la muerte. Y así distintos temas: padres e hijos, la pareja. Aprender a jugar en el mundo, pero que el mundo no me juegue a mí.

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Claudio María Domínguez. Foto: Ricardo Figueredo

CLAUDIO MARÍA DOMÍNGUEZ

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